Esta semana, el mundo ha celebrado el 28 de junio, Día Internacional del Orgullo LGTBI. Una fecha que, tal vez, no todo el mundo valore en su verdadero significado. Pese a la visibilidad creciente de manifestaciones y eventos, de las muchas personas que han salido del armario, pese a que la realidad de los menores trans se ha convertido en un asunto de gran sensibilidad social, pese a todo ello, una parte de la ciudadanía no acaba de entender qué hay que celebrar y reivindicar.

Dos chicas se besaban en el barrio de Patraix de València el domingo pasado y fueron atacadas por un vecino que, tras preguntarles si podía participar en sus muestras de cariño y recibir una rotunda negativa, les amenazó y propinó golpes. Un día después, una pareja de chicos que viajaban en el tranvía sufrió los insultos de una señora que, sin importarle que sus propios hijos estuvieran delante, les lanzó un «arderéis en el infierno», entre otras barbaridades. Tal cual.

¿Se imaginan ustedes -si su orientación sexual es hetero- no poder expresar el afecto y el deseo para evitar desaprobación, rechazo, insultos o, incluso, agresiones físicas? Supone practicar la contención emocional, normalizar la discriminación y la desigualdad. Significa asumir la vulneración de su dignidad.

El movimiento LGTBI es tan profundamente humanista como el feminismo, ambos se entrelazan y refuerzan mutuamente, cuestionando el binarismo de género; es decir, la imposición de roles, estereotipos, atributos, aspiraciones, sexualidades, deseos, identidades y derechos diferenciados y desiguales, en función del sexo de nacimiento. Un orden que ha impuesto la heterosexualidad como único modo de relación afectivo-sexual entre humanos. El resto: desviación, enfermedad, vicio, trastorno mental o delincuencia.

Socialmente se ha avanzado mucho en el reconocimiento de derechos de las personas con orientaciones sexuales o identidades de género diferentes a las normativas. Se han ampliado los estrechos márgenes de la moral, a pesar de una parte de la Iglesia Católica y de un Partido Popular que no acaban de encajar la realidad de la sociedad del siglo XXI. En el ámbito valenciano, el Govern del Botànic ha aprobado la Ley Trans (Ley integral del reconocimiento del derecho a la identidad y expresión de género en la Comunitat Valenciana) y está en marcha el anteproyecto de Ley valenciana para la Igualdad de personas LGTBI. A escala estatal existe una proposición de ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género pendiente de aprobación.

Lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, intersexuales o transgénero reclaman libertad y oportunidades para vivir de acuerdo a quienes son. Esta lucha amplía los derechos y las libertades de todas las personas al ser un principio universal que apela al sentido último de nuestra existencia. La libertad nos permite vivir bien, amar bien, amarnos bien. Sin ella, hay opresión y sufrimiento.

Frente a las agresiones, desde el activismo LGTBI de la ciudad se organizó una besada colectiva. Hay solidaridad, hay valentía, hay sentido de la justicia, hay amor propio. Hay orgullo individual y colectivo.