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La incertidumbre europea

En términos geopolíticos, el mundo ha cambiado mucho durante el último decenio, y el peso específico de Europa en la esfera internacional ha disminuido visiblemente. Los enemigos de Europa --la Rusia de Putin, ante todo-- son hoy más fuertes y agresivos que en 2008. La firme alianza político-militar euroatlántica en la cual confiábamos desde 1945 está claramente en declive, y aun puede temerse que se halle en vías de extinción. Incluso la Norteamérica de Trump se vuelve abiertamente contra nosotros: primero a través de una espectacular ofensiva de hiperproteccionismo arancelario (dirigida a compensar la bajada de impuestos en un país de acusado déficit presupuestario, fuerte incremento de los gastos en defensa y elevada deuda externa), y luego con la creciente hostilidad estadounidense hacia la integración europea, animando a los partidos y movimientos opuestos a ella (véase en tal dirección, por ejemplo, la zafia actitud colonial del embajador de Washington en Berlín). El mismo proyecto integrador europeo se resquebraja: el Brexit, la desafección hacia Europa y hacia los principios básicos del Estado democrático de Derecho por parte de los países del Grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia), el flamante Gobierno eurófobo de Italia... Nuevamente parece que, como se proclamaba en 1848, todo lo sólido se desvanece en el aire.

En España la gravísima crisis económica y la aventura separatista catalana, demencial y ridícula al mismo tiempo, han oscurecido nuestra convivencia y nuestro modelo de democracia. La verdad es que ahora mismo, todavía virulento el desafío de la secesión, no podemos hacer proyecciones optimistas para el futuro inmediato. A 40 años de la aprobación de la Carta Magna española, el régimen constitucional de 1978 ha soportado y sigue soportando, ocasionalmente, tremendas sacudidas. Pero estoy seguro de que resistirá y de que ninguna clase de populismo nacionalista ni de populismo izquierdista conseguirá su caída, como tampoco lo consiguieron los golpistas de 1981, en un escenario mucho más favorable para sus propósitos de destrucción de la libertad, ni los terroristas de ETA con su sanguinaria y dilatada acción.

En cambio, la situación de Europa me produce una gran inquietud, porque el buque de la Unión Europea, que carece de un liderazgo unificado, potente y decidido, tiene abiertas varias vías de agua y navega un tanto a la deriva. Así, la estúpida aventura del Brexit será difícil que concluya con una separación amistosa. Mas, sea como fuere, la ciudadanía del Reino Unido debería pronunciarse en otro referéndum sobre las condiciones de salida de la UE. En efecto, la irresponsabilidad de los políticos británicos y, entre ellos, la frivolidad suicida de quienes cultivan la demagogia sin escrúpulos como único talento (gente como Nigel Farage o Boris Johnson) habrán de dar paso, finalmente, a un nuevo y definitivo pronunciamiento popular. Ahí los votantes más jóvenes tendrán la última palabra sobre su futuro.

En cuanto al creciente autoritarismo de los componentes del Grupo de Visegrado --antiguos Estados comunistas y satélites de la URSS sin tradición democrática--, resulta evidente que la UE no constituye un club exclusivamente económico, un simple mercado común. El artículo 2º del Tratado de la Unión Europea establece claramente los principios del Estado democrático de Derecho sobre los que se asienta el proyecto institucional europeo. Aquellos países que violen gravemente los valores contemplados en dicho precepto podrían incluso ver suspendidos sus derechos como miembros del Consejo (art. 7). Hasta el presente,sin embargo, las presiones de Bruselas en tal sentido no parecen haber sido lo bastante fuertes. ¿Toleraremos en la Unión Europea democracias de baja intensidad como la de Viktor Orban?

Pues me temo que sí, porque puede acabar imponiéndose una "Realpolitik" que tenga en cuenta primordialmente no ceder terreno a las ansias rusas de recuperar su hegemonía en la Europa del Este. La Unión Europea, en definitiva, cuyos avances integradores se realizan ya con cuentagotas, va a organizarse en círculos concéntricos (como ya ocurre con la Eurozona), en figuras de geometría variable y en diferentes formas de cooperación interestatal de intensidad dispar. Nunca existirán, pues, los Estados Unidos de Europa, sino, a lo sumo, una confederación escalena emparentada con el Sacro Imperio Romano Germánico.

A lo que fue un maravilloso empeño de libertad y bienestar le toca hoy, además, afrontar la imparable avalancha de la inmigración masiva. Esto puede conducirnos a problemas insolubles. Es verdad que los Estados Unidos de América han recibido, a lo largo de siglo y medio, millones de emigrantes y que fueron capaces de asociarlos al "credo americano". Pero, aparte de que semejante éxito no fue completo (también allí existen las diásporas y los consiguientes fenómenos de doble identidad), ¿cuál sería el credo europeo capaz de absorber a los recién llegados a nuestro suelo y de asociarlos a un sueño común?

Catedrático de Derecho Constitucional

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