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Figuras y públicos

En materia de debates y tertulias, los medios promocionan a gritones desparramados y doctrinarios torvos y prestos a degollar porque gustan al servicio y satisfacen la pulsión igualitaria. Cuando el asunto a discutir gana profundidad -por ejemplo el paro o Cataluña- entonces preferimos la sabatina o el sermón laico de un novelista o un filósofo, aunque sólo sea porque, muertos los sacerdotes o con una crónica mala salud, nos quedan los escritores a los que presuponemos en contacto con la musa y que tal vez por eso, reciban un asomo de revelación. Sin embargo, nadie ha demostrado que para hablar de pensiones, pongo por caso, el criterio de un novelista sea mejor que el de un fontanero.

Escribo estas líneas bajo el influjo y la impresión que me ha producido la lectura de La desfachatez intelectual, una especie de best seller susurrado (ya que los medios se han ciscado en su autor y, a menudo, en su progenitora) que no es el primer libro de estilo plano -que no es lo mismo que escribir con llaneza- que me ha parecido provechoso. Aunque su autor, Ignacio Sánchez-Cuenca, repite una y otra vez sus propuestas: contar más con los expertos que con los escritores, criticar con respeto, contrastar los datos, formar a los periodistas, el conjunto se parece a una emisión de buenas intenciones, algo que todos tenemos: sin éxito.

Sánchez-Cuenca llama a la revisión concienzuda y documentada de los juicios y al respeto por los opinantes, pero lo hace en el peor auditorio posible, un país que, como Unamuno no dijo, pese a la atribución, prefiere desbarrar con ingenio que acertar con ramplonería: aquí nos gusta la caricatura feroz, el cuerpo a cuerpo. Pero además de subrayar la deriva hacia el «conservadurismo refunfuñante» de muchas de las más conocidas firmas del país -cosa constatada- el autor nos regala algunas reflexiones oportunas sobre la formación de la burbuja inmobiliaria, el estallido de la crisis o la tabarra regeneracionista. El libro ha dado forma a un difuso malestar de públicos muy amplios con sus figuras intelectuales más poderosas. De ahí su éxito (boca-oreja).

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