Se acumulan los casos de muertes de personas con variedad funcional que comparten rasgos comunes de tragedia. Son muertes que a primera vista parecen insólitas e inesperadas, y que realmente se podían haber evitado si las personas supuestamente normales que rodeaban a las víctimas hubieran agudizado la prevención.

Mi amigo Sergio Requena murió perdido en el bosque de Enguera. Jaime Utrillas San José, presidente de la Coordinadora de personas con discapacidad física de la Comunitat Valenciana, murió atropellado en la Alameda. Un muchacho llamado Jesús, prácticamente de mi edad, se ahogó en la piscina del Polideportivo del Bovalar de Alaquàs.

Todos estos fallecimientos tienen un denominador común: las víctimas estaban desarrollando una actividad gratificante que parecía no entrañar ningún peligro y, sin embargo, cuando menos se esperaba, se produjo el acto fatal que desencadenó el horrible desenlace.

Un campamento de verano donde los accidentes parecen estar controlados por todos los lados. La preselección de las falleras mayores de Valencia, un acto emocionante y lleno de belleza. Una mañana en una piscina municipal, apagando el calor con una mañana rodeada de amigos. Todos estos lugares parecían muy seguros, pero la muerte se agazapaba tras una fachada de máxima seguridad.

Existe una vulnerabilidad acusada del colectivo de la discapacidad que muchas veces no es suficientemente apreciada, y que por ello no se toman las medidas necesarias que podrían evitar estos atroces acontecimientos. Lo único que nos puede quedar tras la desaparición de estas personas excepcionales a las que hemos despedido en un espacio de tiempo de poco más de una semana es el testimonio de sus sacrificios para poder intentar mejorar las cosas de cara al futuro.

Hay que concienciar a la sociedad de nuestro papel y nuestra situación, promoviendo una mayor atención y cuidado a nuestros miembros. Cualquiera puede caer en una de estas tres situaciones tan diversas pero en el fondo tan comunes: la muerte en el campo, la muerte en la ciudad o la muerte en el agua. Pero hay que evitarlo extremando las precauciones y los cuidados.

Lo más doloroso de esta confluencia de catástrofes es su estupidez. Con una pizca de disposición se hubieran podido evitar y hoy esas personas estarían con nosotros.

La variedad funcional es por definición variable. Hay que transmitir mucha información a las personas que nos rodean sobre nuestras propias características y que todos sepamos actuar de la manera correcta. Visibilización entraña prevención. No podemos consentir que prosiga este rosario de calamidades. Debemos aprender a reaccionar con mayor presteza y seguridad. Todas las vidas son importantes y no podemos perderlas de esta manera tan vana.

Esperemos que estas muertes tan desgraciadas sean lecciones para todos en pos de alcanzar un riesgo cero para la discapacidad. Esto reconfortará a esos amigos que ya no están y que tanto nos aportaron con su presencia en la Tierra: Sergio, Jaime y Jesús.