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Público

En el fondo no podía evitar sentirme mal por mi insensibilidad ante la derrota de la roja. Se acabaron los penaltis y lo primero que me vino a la cabeza fue un hombre, Paolo Vasille. Pensé, vaya fastidio para el italiano después de la inversión realizada en el campeonato, y ahora qué, porque hasta el último partido habrá que pagar y barato no es... mientras, en el país avanzaba la tarde dominical y se extendía de norte a sur una marea plañidera de lo esférico: lágrimas, decepción, caras compungidas; Ramos miraba al infinito con su gramática finita en el micrófono de Matías Prats junior; Hierro triste, muy triste y Putin celebrándolo, no sé dónde pero lejos del Rey Felipe.Y entretanto, fuera del estadio había una reportera de Mediaset rubia, muy lista que fue capaz de lanzar un rápido zasca a un aficionado que le decía «¿Tu cómo te llamas guapa?» «lo de guapa sobra» le espetó mientras la neurona del triste aficionado daba vueltas lentas, en esa cabeza rodeada de amigotes con cervezas grandes en mano.

Y conectando desde el campo JJ Santos indignado, pidiendo explicaciones por la calamidad o reclamando muy diplomáticamente cabezas.

Y de repente sale otro periodista para hacer un telepromoción en diferido que hablaba de un carburante de color verde que de verde no tiene nada. Rezaba en si mensaje «¿Hasta dónde quieres llegar con tu vehículo? ¡Seguro que tan lejos como la selección!» Pocas millas tirarían...

Y en «off» la voz de España, ese hombre tan rústico que ya seleccionaba cuando yo era pequeño, Camacho se llama. Lo recuerdo por ese cerco de sudor sobre algodón y poliéster que jamás he conseguido olvidar y que me venía a la cabeza otra vez, tras la derrota, mientras analizaba que ha pasado y como funciona eso de los jugadores y el fútbol. Le oía, pero no le escuchaba porque lo que me venía a la cabeza era un mesón en la España central, un cochinillo segoviano, vino de mesa, cuadros de caza, cuajada de postre y una mesa en la que sólo hay hombres.

El futbol, el único deporte, que sólo junto a la vida comparte ese mantra facilón ante el abatimiento en el que todo se zanja con un «es así...»

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