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Tirar la piedra y esconder la mano

Si alguien es culpable de haber marginado a València en las redes ferroviarias europeas, debe saberse con nombre y apellidos. La vieja táctica de tirar la piedra y esconder la mano nunca ha dado resultado, y menos cuando se pretende ejercer un liderazgo social en busca de proyectos favorables para la sociedad valenciana.

El presidente de AVE, Vicente Boluda, denunciaba el miércoles que la exclusión de València del último mapa europeo de corredores ferroviarios transfronterizos es «una maniobra teledirigida» y «no una casualidad». Algo que cualquier observador lego en la materia también podría deducir a simple vista. Sin embargo, sería de esperar que un observador mucho más cualificado como es él fuera capaz de especificar desde dónde o por quién se ha teledirigido esa maniobra tan lesiva para los intereses valencianos.

La vieja táctica de tirar la piedra y esconder la mano -que felizmente parecía superada desde el ámbito empresarial en asuntos como la denuncia de la infrafinanciación- nunca ha dado frutos, como se ha demostrado a lo largo de la historia. O más recientemente en un territorio vecino como Cataluña, donde el silencio de los grandes poderes económicos frente al envite soberanista ha tenido los efectos por todos conocidos, con una cobarde huída a última hora por parte de muchos que no hablaron a tiempo, cuando debían.

Esa sociedad valenciana a la que los promotores de este I Chequeo semestral del Corredor Mediterráneo pretenden representar, se merece como mínimo saber quiénes son, a su juicio, los autores del estropicio denunciado. De lo contrario, no podrá formarse un juicio de valor fundamentado que sirva en su momento para respaldar las demandas de quienes ahora enarbolan la defensa de una infraestructura que consideran imprescindible para la competitividad económica de este territorio.

En ese mismo acto, el también empresario Federico Félix, presidente de ProAVE y vicepresidente del grupo de presión ferroviario Ferrmed, alegaba a las claras que la situación actual deriva del hecho de que la influencia valenciana en la política española ha sido históricamente «una mierda». Y ahí los empresarios también han jugado históricamente un papel relevante. Al margen de la actitud de la propia sociedad a la hora de depositar su voto y exigir responsabilidades, las fuerzas económicas siempre han tenido su margen de maniobra, como cuando ejercieron de matronas en el ya famoso pacto del pollo que dio origen a los lustros de los que ahora (casi) todos reniegan vista la degeneración democrática provocada por sus sucesivos protagonistas y herederos.

Por no hablar del error estratégico de centrar durante años la batalla reivindicativa en la construcción del AVE a Madrid sin acordarse para nada de la necesidad mucho más imperiosa del ahora llorado y demandado corredor mediterráneo. Y no será porque ya en aquellos años no fuese evidente que ese eje concentraba gran parte de la población y la producción económica española, además de ser la vía de salida natural para nuestras exportaciones y para hacer competitivo un puerto cuyas sucesivas ampliaciones han costado un potosí.

No se trata de autoflagelarse, pero sí, como mínimo, de tener un poco de espíritu autocrítico. Y de ser conscientes de que ejercer un liderazgo social requiere en ocasiones dar algún que otro golpe encima de la mesa. Aun a riesgo de no hacer nuevos amigos. Pero así es como uno se gana la credibilidad. Y, desde luego, hablando a las claras. Las medias tintas solo sirven para defraudar a quienes se pretende captar para la causa.

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