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La voz de su amo

Todos los partidos políticos dicen querer una televisión pública despolitizada, neutral, ecuánime e independiente. Todos hacen declaraciones bombásticas exigiendo una información pública independiente y de calidad. Todos prometen que el día que gobiernen no habrá más manipulación ni más sectarismo en los medios informativos pagados con dinero del contribuyente. Pero llega el día en que esos partidos que antes estaban en la oposición ocupan el poder, y de repente, cuando tienen la capacidad de imponer una línea informativa que sea independiente y no sectaria, se repite la misma historia de siempre. Y esos partidos, que antes prometían hacer justo lo contrario de lo que estaba haciendo el partido anterior -manipulador y sectario hasta extremos de vergüenza ajena-, acaban imponiendo unos nuevos candidatos tan obedientes, sectarios y serviles como eran los anteriores. La voz de su amo, para entendernos, que era una marca antigua de gramófonos pero que podría servir para denominar a todas las televisiones públicas que hay en nuestro país, ya sean nacionales, autonómicas o locales.

Podría decirse que hay una ley física equiparable a las leyes de Newton -la Ley de la Inercia Informativa, podríamos llamarla- que determina que las cosas ocurran siempre así. Y del mismo modo que Newton dictaminó que todo cuerpo persevera en un movimiento uniforme a no ser que se vea obligado a cambiar de estado por la acción de unas fuerzas que se opongan a él, podemos decir que hay una ley de la información política que establece que todo poder político, sea el que sea, controlará por completo la información pública a menos que haya una fuerza poderosa que se oponga a él. Basta repasar todas las televisiones públicas que hay en este país -y es fácil hacerlo con las televisiones por cable- para ver que no hay ninguna que escape a esta ley. Y las únicas excepciones se deben a los casos en que un gobierno de coalición entre diversas fuerzas ha tenido que buscar una figura de consenso que reúna los apoyos parlamentarios suficientes. Sólo así es posible encontrar a algún periodista de prestigio que ocupe la dirección de una televisión pública. En cambio, sí hay algunas radios públicas que trabajan con cierta libertad informativa o con cierta independencia de criterio a la hora de comentar la actualidad. Pero eso es casi imposible cuando se trata de televisiones públicas, casi todas en manos de los pequeños Goebbels que ponen su talento -o más bien su rampante sectarismo- al servicio del político que les ha nombrado para el cargo. Y aunque hay estatutos que en teoría garantizan la imparcialidad del funcionamiento de esos organismos públicos de información, la triste realidad es que rara vez se cumplen. En mi ya larga vida, no he visto ni un solo gobierno (nacional o autonómico) que no haya controlado la información pública con mano de hierro.

Y lo peor de todo es que aceptamos este hecho vergonzoso como una especie de fatalismo inevitable, porque las televisiones públicas se pagan con dinero del contribuyente y es un insulto al ciudadano que sean meros organismos de propaganda al servicio del político de turno. Estos días, por ejemplo, se está discutiendo la renovación de la dirección de RTVE, y los mismos que antes decían que iban a hacer todo lo posible para despolitizarla, están haciendo exactamente lo mismo de siempre: buscar candidatos que sean una especie de Comisario de Propaganda puesto al servicio de quien les ha nombrado. Y los partidos ni siquiera disimulan intentando buscar a un profesional (mujer u hombre) que sea afín a sus ideas, pero que al menos tenga la suficiente independencia de criterio y la suficiente valía profesional como para actuar con una honrosa libertad. Pues no, qué va: van a buscar a los profesionales más obedientes, más fanáticos y más sectarios, a los más gritones, a los más esquinados y hoscos y destemplados (o destempladas, que también abundan entre las periodistas que suenan como candidatas). Cualquier cosa en vez de elegir a alguien que sea un profesional medianamente neutral, como piden los propios periodistas de RTVE.

Tal como están las cosas, imagino que el día en que se levante la losa de mármol que cubre el cadáver del general Franco en el Valle de los Caídos, nos llevaremos la sorpresa de que ahí abajo, en ese agujero siniestro, no hay nada. El cruel general que no perdonó a nadie ni quiso a nadie no estará ahí, donde todos creíamos, sino que habrá consumado el milagro de transustanciarse en cada uno de nosotros. Porque el sectarismo y el odio y el miedo a la libertad intelectual que padecemos demuestran que dentro de cada uno de nosotros hay un "alien" despótico que controla nuestros actos y se opone a cualquier clase de acuerdo con el adversario. Alguien que sólo quiere oír una cosa y nada más que esa cosa. Alguien que no acepta nada que no considere la verdad oficial. O la voz de su amo.

ENTRADILLA: Hay una ley no escrita que establece que todo poder político controlará por completo la información de la televisión pública.

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