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El don divino del libre albedrío

Las personas tenemos la capacidad de cambiar la forma de pensar y elegir cómo ser en cada momento

Vivimos tiempos muy, pero que muy revueltos. Con mucha crisis. En todos los aspectos. Económica, personal, emocional, de valores... Y todo ello nos mantiene un poco desorientados. Tanto es así que son muchas las personas que no prestan demasiada atención a sus pensamientos. Ni a sus emociones. Tampoco a las acciones. De hecho, en general, dejan que las cosas sucedan, cuando en realidad deberían hacer que sucedan. Y es que, si dejamos que la vida pase sin querer, no pasará lo que queremos.

Por eso, con estas creencias tan negativas, no es posible decidir el propio destino. Sin ir más lejos, malgastar horas y horas ante el televisor, o la pantalla de un ordenador, sin tomar decisiones, o estar continuamente criticando la vida del amigo o vecino, no es vivir la propia vida, es vivir la vida de otros. Y eso es una pena. Y una absoluta pérdida de tiempo. Como también lo es seguir haciendo lo mismo, cuando se desea un cambio. Porque si lo que se hace no funciona, o no es lo que uno espera, es necesario hacer otra cosa. Seguir haciendo lo mismo traerá idéntico resultado. Y, señoras y señores, no podemos quejarnos. Porque lo cierto es que tenemos el don divino del libre albedrío. Gracias a ello, se puede elegir entre preocuparse u ocuparse. Proteger y solucionar problemas ajenos, o predicar con el propio ejemplo y hacer que los demás crezcan y se valgan por sí mismos. Elegir los recursos o excusar. Ser pastor o rebaño. Fuerte o víctima. Quedar dudando o pasar a la acción. Y todo ello por el temor a equivocarse. Grandísimo fallo. Porque la equivocación es tan sólo una oportunidad. Es, sencillamente, un error y, por supuesto, muy útil. Porque siempre nos da información. Y mucha.

Por eso, cuando las cosas no funcionan, tenemos que cambiar la forma de pensar. No queda otro remedio. ¿Y cómo? Pues, sencillamente, añadiendo nueva información útil y actualizada a los programas mentales. El cerebro y la mente no distinguen entre la realidad y la ficción. Se puede elegir cómo ser en cada momento, cómo vivir, qué pensar, qué decisiones cambiar, qué emociones vivir. Y todo gracias al don divino del libre albedrío. El cómo lo usemos es cosa nuestra. Es tan sólo nuestra responsabilidad. Porque cada persona tiene su propia vida. Que duda cabe de que el precio es el mismo. Pero, indudablemente, el resultado no.

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