Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Matías Vallés

El PP no sabe lo que quiere

Los populares han entrado en un bucle, donde Santamaría expulsa de la carrera presidencial a Cospedal, que puede impedir a su vez que Santamaría llegue a presidenta del partido.

Todo análisis de las primarias del PP se queda a medias, en la senda imprecisa del embarazoso resultado de una votación en que hasta la inmensa mayoría de militantes eran de atrezzo, gratis total en la inveterada tradición del partido. Ni demolición, ni resurrección, ni triunfo del aparato, ni llegada de los bárbaros, ni renovación, ni inmovilismo. El PP no sabe lo que quiere, un balance equívoco que refleja la fragmentación de las primarias. El famoso partido alfa ni siquiera sabría si aceptar hoy en su filas a Ortega, pero esta ambigüedad no le libera del orteguiano «no sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa». Los populares han entrado en un bucle, donde Santamaría expulsa de la carrera presidencial a Cospedal, que puede impedir a su vez que Santamaría llegue a presidenta del PP.

En contra de la satisfacción de aplastar a una antagonista a la que odia incluso por su físico, a Santamaría le hubiera convenido franquear la segunda vuelta en compañía de Cospedal. El cara a cara, entre las dos integrantes del gabinete de Rajoy, hubiera permitido que la ganadora de las primarias optara en igualdad de condiciones a los restos de un Casado excluido de la carrera.

Enfrentada a Cospedal en la segunda vuelta, Santamaría solo contaría con un enemigo a batir. Ahora tiene dos, un Casado que no afloja el bocado y la vengativa secretaria general saliente. Salvo que la desplazada ofrezca su apoyo, a cambio de perpetuarse en el cargo. El PP llamaba a este comportamiento mercadear, cuando lo protagonizaban otras formaciones. La victoria de Santamaría tampoco debe ocultar que odia las vicisitudes partidistas. Su ambición es la Moncloa pura y dura, no nació para entretenerse con un mísero partido vetusto.

Las primarias quedaron desacreditadas al verificarse el abismo entre los ochocientos mil militantes de que se vanagloriaba Rajoy, fugado a mayor distancia emocional que su antagonista Puigdemont, y la escuálida realidad de una décima parte de dicha cifra. Los participantes en la votación no llegaron a sesenta mil. Son el núcleo duro, los recalcitrantes, con todo el mérito y las limitaciones de ampliación estadística que comporta su irreductibilidad. García Margallo va más allá de la ironía al señalar que podrá agradecer el voto personalmente a sus 680 apoyos. Un partido de andar por casa.

La deserción masiva de afiliados define la realidad del PP con mayor fiabilidad que unos comicios. En España hay un centenar de municipios con un censo de votantes que supera a los sesenta mil participantes en las primarias estatales de los populares. La cita previa con las urnas no sirve por tanto ni de sondeo orientativo, aunque confirma la división dominante en el seno de una formación que vendía la homogeneidad como suprema virtud.

El PP se halla en estado de shock. Desconoce sus objetivos, por lo que de ninguna manera podía hallar a la persona idónea para culminarlos. Ni siquiera practica el culto al líder, impropio al examinar los perfiles poco carismáticos de los aspirantes. El trauma de la derecha demuestra que hay algo más ridículo que gobernar con solo 85 diputados, y consiste en ser desalojado del poder por un partido que cuenta con solo 85 diputados.

Hasta finales de 2015, el PP podía abstraerse de la pérdida masiva de capitales y comunidades autónomas, para centrarse en su abrumadora mayoría absoluta estatal. Tras las dos elecciones en medio año, ni siquiera la entusiasta prensa madrileña lograba convencer a Rajoy de que podía gobernar en solitario. Poco después se comprobaría que tampoco podía gobernar acompañado. La primera moción de censura con éxito de la historia solo confirma que la izquierda regaló media legislatura a los populares, menos poderosos de lo que pretendía su aparato de propaganda.

Los mazazos electorales, ahondados por la hoguera inextinguible de la corrupción, han llevado al PP a una situación extrema. Las primarias son un intento encomiable de adentrarse en la resolución democrática de los conflictos internos. Sin embargo, y con el matiz de la invención de un Riverita en la figura del omnisonriente Casado, el resultado de la votación demuestra que la derecha tradicional no ha encontrado a una candidata arrasadora. Tampoco ha repudiado explícitamente a ningún candidato, descontando al anecdótico Margallo.

Tras su anémica victoria, Santamaría efectuó la primera llamada a Rajoy, «el presidente del partido». La invocación a un pasado que los votantes del PP desean olvidar no es un buen síntoma. Y si los militantes están despistados, cabe imaginar la desorientación del resto de la derecha.

Compartir el artículo

stats