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Julio Monreal

Igualdad desde la tierna infancia

Oltra se muestra condescendiente con la discriminación de las niñas de la cantera del Valencia mientras pelea a cara de perro con Vicent Soler la brecha salarial del Ivass

Eva Marco, Esther Pavía y Nieves Romero son ingenieras, con A, y cuentan en este ejemplar de Levante-EMV a la periodista Mónica Ros cómo viven acostumbradas a que un entorno laboral con aplastante presencia masculina (las tres trabajan en el sector de la construcción) las trate como «xiquetes» o «filles». El Colegio de Ingenieros e Ingenieras Industriales de la Comunitat Valenciana, que tiene al frente a Salvador Puigdengolas, ha puesto en marcha una iniciativa para incentivar la presencia de mujeres en esta actividad profesional que tiene sólo el 7 % de paro. El lema #Másingenieras figura impreso en abanicos y otros elementos promocionales que el colegio repartió en su gala anual celebrada hace una semana a sus más de 400 invitados.

Incrementar la presencia de mujeres en las carreras técnicas es un anhelo que comparten los colegios de ingenieros y arquitectos y todos los rectores de la Universidad Politécnica de Valencia que uno ha conocido y leído. Sin embargo, y pese a los abundantes esfuerzos, los resultados avanzan muy lentamente. Una buena parte del problema está en las familias, donde demasidas veces se tiende a orientar a las niñas hacia las humanidades, las enseñanzas artísticas y las sanitarias, mientras los niños son conducidos hacia las ciencias y la tecnología. Todos los estudios merecen el mismo respeto, pero los poderes públicos y la sociedad civil tienen la obligación de velar para que ninguno de los géneros tenga una mayoría aplastante en ningún sector o actividad. Hombres y mujeres enriquecen el mundo y se enriquecen mutuamente, y es necesario combatir con intensidad y rigor, y también con leyes, cualquier discriminación o desigualdad que se presente por razón de sexo.

Mucho se ha avanzado en igualdad, pero a veces saltan liebres donde uno creía que el territorio ya estaba ganado para la causa. Es el caso de la discriminación manifiesta que el periodista Josep M. Bort ha sacado a la luz estos días en el fútbol base del Valencia CF. Como saben los lectores y las lectoras de Levante-EMV, los niños que entran en las escuelas del club ya no tienen que pagar por su adscripción, pero las niñas han de seguir abonando 800 euros por temporada.

El club de Mestalla ha dado todo tipo de excusas: que si el fútbol masculino genera más ingresos que el femenino; que el 10 por ciento de las niñas de la escuela tiene beca otorgada por la entidad; que esas ayudas van a ir en aumento; que los chicos no pagarán para que se aprecien los méritos y no el poder adquisitivo (¡!)... Los padres de las niñas están que trinan, y los ciudadanos concienciados de que esas son batallas que hay que librar, también. La vicepresidenta de la Generalitat y consellera de Igualdad, Mónica Oltra, se vio inmersa en esa polémica con ocasión de una entrevista que tenía concertada tiempo atrás con el presidente del Valencia, Anil Murthy, y el de la fundación de la entidad deportiva, Pablo Mantilla. La flagrante discriminación de género no es tan grave, según la vicepresidenta, cuya tibieza en este caso ha sorprendido a propios y extraños. Oltra se ha conformado con escuchar de labios de los responsables del club que cada vez habrá más niñas becadas y ha tenido que bajar la cabeza cuando le han sacado las cuentas sobre el apoyo económico que la Generalitat da al fútbol femenino. Con esto, más el recordatorio de que el Valencia es una entidad privada, aquí paz y después gloria.

Desde luego, es evidente que el club de Mestalla no es una corporación de derecho público. Sin embargo, en la sociedad valenciana se le tiene y se le trata como si lo fuera. Es uno de los principales embajadores de esta tierra, si no el más importante; se le entregan terrenos públicos para que construya su nuevo estadio y aunque no lo termina no pasa nada ni nadie le exige cuentas; se le permite que mantenga intacto su coliseo de Mestalla pese a una sentencia firme del Supremo que lo condena a derribar una parte de su última ampliación; se le concede desde las instituciones un trato preferente al tramitar una Actuación Territorial Estratégica (ATE) para desarrollar sus proyectos de futuro; le cae una multa de la Unión Europea por ayudas ilegales de la Generalitat y esta misma hace lo posible y lo imposible para que no pague la sanción... En fin. Hay muchos más ejemplos del trato preferente, merecido y justo en la mayoría de las cuestiones, que el Valencia recibe de las instituciones, pero uno cree que la condescendencia de la responsable de Igualdad con el atropello de cobrar a las niñas y no a los niños de la cantera no ha de estar incluido en esa lista. La misma Oltra que se muestra comprensiva con el club de sus amores pelea a cara de perro con su compañero del Consell Vicent Soler para subir los sueldos de 800 trabajadores, la mayoría mujeres, del Instituto Valenciano de Atención Social-Sanitaria (Ivass) que atienden a personas con diversidad funcional y que están afectadas de forma severa por la brecha salarial. Sin duda este es un caso de justicia social y laboral, pero el de las niñas de la cantera del Valencia afecta a los fundamentos de la educación de esas pequeñas, la experiencia viva de la desigualdad en su etapa de formación. En sus broncas con Soler a propósito del Ivass, Oltra aseguraba que no había llegado a la Generalitat para hacer las mismas políticas que el PP sino para cambiar las cosas. Pues en la cantera del Valencia también hay tajo, señora consellera de Igualdad. El lenguaje es el primer elemento transformador de la sociedad pero la educación de esas niñas es tan importante o más que una «o» o una «a» al final de una palabra.

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