Recientemente vecinos de la Malva-rosa reclamaban una biblioteca pública para su barrio. El Ayuntamiento de Valencia debería volcarse con esta demanda. Según un estudio realizado en Navarra por el consejo de Cooperación Bibliotecaria, cada euro que se invierte en bibliotecas se multiplica por cuatro. Durante 2017 alrededor de 800.000 valencianos visitaron alguna biblioteca pública; esto supone que los usuarios han aumentado a pesar de la cruzada tecnológica. Es de admirar el esfuerzo que realizan nuestros ayuntamientos para potenciarlas.

Al principio de los años setenta, cuando se fundó la Casa de la Cultura de l´Eliana, acudí por primera vez a una biblioteca. Eran tiempos grises en los que un cura, un alcalde, un farmacéutico, un profesor y algunas personas más se empeñaron en darle a l´Eliana uno de los instrumentos más poderosos, la cultura. Mi padre acudía periódicamente a reuniones en este centro cultural, me llevaba con él y me dejaba rodeado de libros mientras celebraba la junta. El olor de aquella sala todavía lo conservo en la memoria olfativa. Estas visitas me ayudaron a ampliar horizontes y a descubrir la pasión por los libros. Actualmente recomiendo a mis alumnos que se saquen el carnet de biblioteca. Se sorprenden cuando les digo que es gratuito y que se pueden llevar libros a casa sin pagar nada, eso sí, deben ser responsables en cumplir plazos y en cuidarlos, esto les educa.

Algunos se preguntan qué sentido tienen las bibliotecas y los bibliotecarios en la era digital. En el mundo acelerado y bullicioso que nos oprime, las bibliotecas son un lugar seguro de trabajo; ofrecen relax y ocio de calidad. Aquí encontramos asesoría para leer, espacio tranquilo para estudiar, clubs de lectura e incluso voluntariado para acercar los libros a enfermos y mayores. Las bibliotecas son entornos reales que transmiten el buen sabor cultural. Google puede proporcionarnos miles de respuestas automáticas pero el bibliotecario nos aconsejará personalmente. La magia del contacto efectivo con el libro de papel es una de las cosas que más valoran sus usuarios.

Entidades culturales y educativas de todo el mundo compiten en prestigio por el valor de sus bibliotecas. Solemos referirnos a otros países con ideas preconcebidas y con estigmas. A los Estados Unidos los relacionamos con armas y comida basura; mucha gente desconoce que allí el número de bibliotecas públicas supera al de locales de MacDonald´s. La cuna del capitalismo puede presumir de tener más cantidad de ciudadanos con carnet de biblioteca que los que poseen tarjeta de crédito. En San Diego, ciudad californiana que me acogió durante un mes, pude comprobar el entusiasmo americano por las bibliotecas públicas. Para ellos son espacios de encuentro donde acuden personas de todas las edades. Intercambian libros, fomentan la lectura en familia, muestran autores locales, organizan actividades de juegos de mesa, enseñan a crear libros, no es extraño encontrar en las mismas salas de lectura actuaciones musicales relajantes. En Washington se puede visitar la biblioteca más grande del mundo, formada por tres edificios en los que hallaremos: libros, tebeos, mapas, películas, grabaciones, microfilms así como todos los twits publicados.

Andrew Carnegie, uno de los hombres más ricos del siglo XIX, decía que una biblioteca pública es la mayor cuna de la democracia. Las bibliotecas son un gran remedio contra la ignorancia, están llenas de ideas, constituyen uno de los pilares de nuestra cultura, más nos vale conservarlas e invertir en ellas.