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España irrompible

En sus últimas comparecencias, Mariano Rajoy parecía que ya tenía comprado el billete del AVE y que esperaba a que su tren apareciera en el panel de salidas. Estaba harto. Rajoy pasó por un ascesis muy poco asequible a nuestra derecha: gobernar con una mayoría relativísima y alguacilada. Se despedía de nosotros como un señor que se despega del mendigo que le importuna a la salida de misa de doce. Algo malo haremos, nosotros los ciudadanos, cuando todos los que pasan por Moncloa salen con cara de darnos el pésame, ennegrecidos de ira o sedientos de confirmación de sus peores pronósticos. Repasen la galería de retratos. No es que despierten mi conmiseración, pero sólo Zapatero se fue sonriendo y a ése lo consideramos, en buena lógica, un irresponsable.

Lo responsable por lo visto es ponerse y quitarse el manto de púrpura entre furiosos dicterios y fumarolas sulfúricas. Ahora nadie llama a rebato porque España se rompe: los que gritaban más están de conciliábulo y reajuste, a ver cómo va lo mío y si encargo o no la piscina. Le llaman primarias y han noqueado a la Sáenz de Santamaría. Ganó Casado que es muy de derechas pero modernillo. En el otro lado también hay alborozo: Pedro Sánchez acrecienta su poder balsámico, parece un pictolín, mientras El País vuelve a ser de izquierdas, como en tiempos. A finales de marzo -parece que fue hace un siglo-, titulaba: «La salida de Puigdemont liquida la farsa del Gobierno en el exilio». ¡Jesús!

Mientras tanto la horda roja, los republicanotes ilustrados o por lustrar, contentos de que hayan pillado al Emérito en peores compañías de las que tenía Núñez Feijóo, el presidente gallego, que ya es decir: las mismas o parecidas a las del yerno vasco, oyes. Entra en latencia el pleito territorial, por fortuna, y no hay modo de cambiar la dirección de RTVE: a lo peor no fue error, que fue ausencia. Cuidado con las ausencias, aquí te preñan por eso. Una persona seria, Otto von Bismarck, decía: «España es una nación tan fuerte que lleva dos siglos tratando de autodestruirse y no lo consigue». Como renovar la tele, que tampoco acaba de salir.

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