Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El triste con vocación de alegre, el salmorejo y Rhodes

El protagonista de La tregua, de Mario Benedetti, se llama Martín Santomé y, en algún lugar del libro, se autodefine como un triste con vocación de alegre. Soy fan de esa descripción porque deja un resquicio a la esperanza. Puede que no tengas una predisposición innata a estar todo el día tocando las castañuelas, pero siempre te queda la opción de intentarlo. Las personas que hacen del optimismo una opción de vida son de admirar. Sobre todo aquellas que no lo han tenido fácil, las que tienen todos los puntos para justificar un carácter agrio pero que, pese a todo, deciden echarle alegría a la existencia.

Basta aguzar un pelín el oído o abrir un poco los ojos para percibir que hay mucho quisquilloso suelto. Gente a la que todo le molesta. Esperan el mínimo error para atacar a la yugular y se sienten incomodadas ante la simpatía. Le hemos dado un espacio, a veces reverencial, a este tipo de personajes. Como si los que sueltan alaridos fueran los creíbles, sólidos, intelectuales y sufrieran problemas de verdad. El resto, una pandilla de frívolos.

Hace poco que sigo al pianista James Rhodes en redes. Me cae bien. Me hace sonreír porque, básicamente, es una bocanada de buen rollo y entusiasmo. No racanea ni un solo comentario amable, transmite pasión por la música y su divulgación y, desde que se mudó a Madrid, se declara un enamorado del país y de sus lenguas. Piropea en castellano, gallego, catalán o inglés y se muestra agradecido por lo bien que le tratan en las ciudades que visita y da conciertos. Las croquetas son un banquete, las torrijas y los churros unas delicatesen, que la vecina le cocine un pastel es una fiesta, la siesta se merece un monumento y el salmorejo una escultura. Difunde la música clásica y, siempre que puede, da charlas sobre el horror de los abusos sexuales. Horror que vivió cuando era niño.

Leer por qué cree Rhodes que este es un buen país, provoca lo mismo que oír a una tercera persona alabar a tu pareja. Esa sensación de volver a recordar y a valorar los atributos que esta tiene y que tú, por alguna razón, habías acabado dando por sentado. Algunos le critican que tuitee en catalán o gallego y otros creen que es pura mercadotecnia y que hace negocio con su propia desgracia. Las opiniones torticeras y agresivas dan mucha pereza.

Hay un atributo por el que siento especial simpatía: el entusiasmo. Una actitud que acerca a la felicidad y ayuda a saborearla. Es fácil reconocer a los entusiastas por cómo se relacionan con la comida. Algunas personas creen que comer es una obligación. Otras lo viven como un mal menor dentro del ciclo vital de nacer, crecer, reproducirse y morir. Algunos lo hacen rapidísimo y no saborean absolutamente nada y otros comen con cargo de conciencia. Los hay tiquismiquis y los hay criticones. Estos últimos van predispuestos a que nada les guste. Nada está y nada es lo suficientemente bueno para ellos. Las personas entusiastas ven en un plato de comida una buena oportunidad para celebrar y disfrutar. Claro que hay posibilidades de que el arroz se haya pasado un poco o que le falte sal pero, dado el caso y puestos a elegir, creo que la mayoría preferirá sentarse en la misma mesa que estas últimas.

A mí, pese a que soy más del gazpacho, me gustaría tomarme un salmorejo con Rhodes.

Compartir el artículo

stats