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Venir al mundo con un pan bajo el brazo

El dicho popular de que los «niños vienen al mundo con un pan bajo el brazo» tiene el sentido muy antiguo de que las familias pobres se sentían felices porque el nacimiento de un niño significaba dos manos más para el trabajo, que contribuirían a la subsistencia de la familia. Para el varón tener un hijo significaba reafirmarse como hombre, para la mujer demostrar que era deseada por su marido. No había anticonceptivos, ni el aborto libre. El tema de infertilidad como estigma llegaba a ser tan importante que Federico García Lorca le dedicó su obra dramática Yerma.

El mundo actual es un sistema complejo: por un lado la superpoblación, por otro el descenso de nacimientos, así como el desempleo excesivo y la llegada de inmigrantes a países desarrollados. Puede que el planeta sea capaz de producir alimentos suficientes con las nuevas técnicas de cultivo, pero eso implica: volver al campo, contaminar menos, no sobreexplotar los océanos para luego tirar el pescado no vendido y aprovechar la comida comprada y preparada en exceso.

Habida cuenta de los escasos nacimientos, las partidas crecientes para cubrir el desempleo, ayudas a inmigrantes y las pensiones, ¿cómo pudiera llegarse a un equilibrio sostenible sin provocar el colapso financiero del Estado? Convendría fijarse en las soluciones que se vienen adoptando en algunos países, que parece que de momento tienen un cierto éxito.

En Francia hubo una década en la que para fomentar la natalidad aparecían carteles publicitarios mostrando unos preciosos bebés que despertaban los instintos maternales de cada mujer. Pero al niño hay que alimentarlo y dedicarle tiempo y con frecuencia un solo ingreso en la familia no es suficiente para su mantenimiento. La mujer moderna se incorpora al mercado de trabajo, se desarrolla profesionalmente y alcanza un nivel adecuado alrededor de la edad de 35 años. La naturaleza, que es sabia, ha equipado de energía a las personas jóvenes, no para malgastarla en diversiones y placeres, sino también para criar a los hijos. Y es sabido que el material genético heredado por la descendencia es de mejor calidad si los padres son jóvenes. Así pues, el hecho de tener hijos se pudiera presentar como una atractiva y enriquecedora aventura de la vida tomada en serio.

¿Cómo compaginar trabajo con maternidad? Posiblemente, y por tradición, los españoles no se percatan de que su horario laboral favorece a los varones. La mujer española se incorporó relativamente tarde al mundo del trabajo, respecto a otros países europeos. En España, hasta hace pocas décadas, el varón, cabeza de familia, salía temprano a su trabajo y regresaba a mediodía para almorzar en casa. Su esposa, como ama de casa, estaba a cargo de preparar la comida para el marido y los hijos, además de hacer la compra y la limpieza. Había empresas, como Telefónica, que despedían a sus empleadas cuando se casaban, compensándolas con un «ajuar» de tres meses de sueldo. En aquellos tiempos para acceder a las escasas ventajas de la familia numerosa había que llegar a un mínimo de cuatro hijos. El hombre por regla general tenía que estar pluriempleado, e incluso el «funcionario» hacía horas extraordinarias hasta las 7-8 de la tarde. Después se reunía en los bares con sus amigos y llegaba a casa justo para la cena, a la hora clásica española de las 10 de la noche.

En casi todos los países del mundo desarrollado existe el horario laboral continuo; a la hora del almuerzo los trabajadores toman un bocadillo y la bebida que suelen traer de casa. La jornada de trabajo termina hacia las 4 o 5 de la tarde y la cena es entre las 6 y 7, con lo que se consigue tiempo para el descanso, la vida familiar y el desarrollo personal.

En España el horario tradicional y «varonil» se ha mantenido como «normal» a pesar de la incorporación de la mujer al mundo laboral. Es un horario anacrónico que centra toda la actividad en el trabajo, sin poder desarrollar actividades que enriquezcan a la persona y estar con los hijos, que ya se preparan para ese estilo de vida desde la guardería. Se considera afortunadas a las mujeres que para criar a sus hijos cuentan todavía con la disponibilidad de sus madres. Las llamadas «abuelas esclavas» se someten voluntariamente a la tarea de ayudar a sus hijas para superar las condiciones que han sufrido ellas mismas. Sin embargo, esta solución es válida solamente para una generación. En la siguiente, la de las abuelas ya trabajadoras, ellas no se ocuparán a diario de sus nietos, como lo demuestra la experiencia de otros países.

En Inglaterra, en Alemania, en Francia y otros estados, las mujeres tienen la posibilidad de encontrar un trabajo de media jornada. Es la solución para mantener el máximo contacto con los hijos y también con la profesión durante unos años claves. En las labores de casa participan los hombres: cocinando (no solamente en los clubs gastronómicos «solo para caballeros») y también pasando la aspiradora, limpiando las ventanas, trabajos considerados allí como masculinos.

Hay una solución muy convincente e infalible para aumentar la tasa de nacimientos: son las ayudas a la natalidad, que ya existen en España desde hace algún tiempo. Hace 3-4 años en Polonia se implantó una subvención de unos 150 euros mensuales por cada hijo. Además existen permisos de 12 semanas por la primera maternidad y 2 semanas más por cada hijo siguiente. Los permisos se pueden prolongar hasta 2 años, pero ya sin sueldo, conservando el puesto de trabajo. Existe también el permiso de paternidad. Estos logros han sido viables en un país que se está recuperando económicamente del declive al que lo llevaron más de cuarenta años de «socialismo real». Quizás de este modo allí se pueda salvar de la quiebra el sistema de pensiones.

Invasión de Occidente y la ayuda auténtica. La inmigración desde países de diferentes culturas no solucionará los problemas del descenso poblacional en Europa. Más bien, traerá nuevos conflictos. Las invasiones musulmanas de Europa, belicosas en siglos pasados, se están realizando en el siglo XXI de forma pacífica y un tanto preocupante. Como dijo en 1966 el dirigente argelino Ben Bella: «Conquistaremos Europa con el vientre de nuestras mujeres». ¿No sería mejor aplicar el sabio proverbio chino: «Dale un pez a un hombre, y comerá hoy. Enséñale a pescar y comerá el resto de su vida».

Con el fin de evitar la penosa emigración sería necesario invertir en infraestructuras básicas de los países subdesarrollados, para que la gente que tiene que quedarse pudiese tener a su alcance dinero, servicios básicos y educación, algo de lo que con frecuencia disponen muchos emigrantes jóvenes. Al abandonar su país contribuyen aún más a su empobrecimiento.

Solo así se podrían paliar los problemas laborales y de población que se extienden por Europa. Si la solución no llegase a tiempo, se tendrá que aplicar el sistema social vigente en China, donde los abuelos tienen que vivir con sus hijos, al no alcanzar las jubilaciones remuneradas a toda la población (algo que ocurría en la España rural de hace poco más de medio siglo, es decir, hace una generación y media).

Convendría, pues, reflexionar y dar soluciones pragmáticas, y no solo de buena voluntad, para elegir el medio y la forma de ayudar a los países en vías de desarrollo sin que esto vaya en detrimento del propio país.

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