La limitada talla política de Pablo Casado ha obligado a inflarlo como un muñeco Michelin. Se ha puesto tanto énfasis en equipararlo a grandes
presidentes estadounidenses, que se ha olvidado el vínculo inmediato con Bill Clinton. Ambos se llevaron el escándalo puesto a sus presidencias respectivas. Coinciden asimismo en haber atizado una cortina de humo para esconder sus miserias. El esposo de Hillary bombardeó Sudán el mismo día en que Monica Lewinsky debía declarar ante el gran jurado. El escándalo del nuevo líder de la derecha española es académico y, para ocultarlo, ha recurrido a una explosión de volumen superior. Aquí aventaja a su predecesor norteamericano. Clinton buscaba una maniobra de distracción en Sudán, un país que solo los más pervertidos de sus compatriotas sabrían situar en un mapa.
Casado disimuló su máster imaginario elevando la apuesta. A saber, aspirando a la presidencia del PP por encima de las incomparables Soraya y Cospedal. Debe hablarse en puridad de cortinaje de humo, otra singular aportación española al lenguaje político, consistente en montar una zapatiesta que multiplique al riesgo de partida. Si surgen dudas sobre las calificaciones de Truman o sobre la relación con su secretaria, procede montarse una Hiroshima.
La presidencia del PP ha sido un refugio acreditado contra el hostigamiento judicial. Rajoy fue el primer inquilino de La Moncloa obligado a declarar como testigo en un caso de corrupción, pero ¿cuál hubiera sido su intervención en el juicio de no mediar el rango presidencial? Javier Maroto no insulta a la jueza del máster en virtud de su acierto, sino por insistir "erre que erre" en perseguir a una pieza que mescapa a su rango. La cortina de humo no le funcionó a Bill Clinton, y su mujer fue descartada para la presidencia por el recuerdo de estos manejos. El cortinaje gaseoso de Casado es más ambicioso. Como mínimo, el máster de ilusionista explica que se aferre a la versión más simplificada de la derecha. Su biografía le convalida las asignaturas extremas.
