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Madrid: vuelva usted mañana

Desde que estalló la crisis, en la Comunitat Valenciana lo hemos intentado casi todo para que nos hagan caso en el Gobierno central. Primero fueron los años de Camps a la contra de Zapatero, explicando que cuando llegase Rajoy todo iría de maravilla y que un presidente del PP en la Moncloa otorgaría todo tipo de regalías, prebendas y beneficios a los valencianos (así se planteaba a menudo la cosa: como un regalo, no como un ejercicio de justa redistribución).

Al final llegó Rajoy, poco después de irse Camps, y, en efecto, la cosa cambió: a peor. Los niveles de desatención e indiferencia hacia la Comunitat Valenciana alcanzaron máximos históricos, en un contexto en el que la crudeza de la crisis evidenciaba, más que nunca, que el modelo de financiación vigente no sólo es injusto para los valencianos, sino que llega a resultar económicamente inviable.

Desde el PP valenciano, tanto en época de Fabra como de Bonig, en la oposición, se vendía un inminente cambio de actitud que demostrase que, ahora sí, Rajoy apoyaría a los valencianos a muerte, pero al final las cosas seguían como estaban, un poco como si Rajoy viera la Comunitat Valenciana como veía su plaza en Santa Pola: un exotismo preservado durante más de treinta años con el propósito de, cuando por fin llegase el momento de volver, venir un par de días a lo sumo y en un mes conseguir el ansiado traslado a Madrid. ¡Todo con tal de dejar de pisar territorio valenciano!

Por supuesto, cuando en 2015 se produjo el cambio de gobierno en la Generalitat los recién llegados también anunciaron que ahora, por fin, Rajoy se iba a enterar. No funcionó. Rajoy ignoró los lamentos y protestas de los valencianos, como había hecho en los años de Fabra.

Así que, desde 2007, hemos probado PSOE en Madrid y PP en Valencia, PP en Madrid y en Valencia, PP en Madrid y PSOE en Valencia, y nada ha funcionado. Sólo quedaba ensayar la combinación de tener al PSOE gobernando en Madrid y en Valencia, que es la que estamos vislumbrando ahora. Y, de nuevo, la cosa parece inicialmente que promete, se ofrece una mejora de las condiciones de déficit, etcétera, pero no se ataca -nunca es el momento- la raíz del problema, el cálculo de lo que corresponde recibir a cada comunidad autónoma.

Tal vez el auténtico problema, además de las insuficiencias parlamentarias de Sánchez, es que estemos ante una afinidad que no es tanta como se vislumbra. No es ningún secreto que Sánchez y Puig han estado enfrentados desde que el president decidió apoyar a Díaz en el Comité Federal y después en las primarias para elegir al nuevo secretario general del PSOE, y el ahora presidente del Gobierno le devolvió el favor haciendo lo propio en las primarias valencianas que se produjeron inmediatamente después. Y, sobre todo, es preciso tener en cuenta el factor Ábalos. El todopoderoso secretario de Organización del PSOE y ministro de Fomento (ideal para construir puentes y carreteras donde sea que haga falta obtener el apoyo de la militancia) lleva meses moviendo sus piezas para consolidar un polo de contrapoder dentro del PSPV.

Curiosamente, lo mismo puede suceder a partir de ahora en el PP valenciano, donde Bonig se puso de perfil en el proceso de elección del nuevo líder, aunque mirase más a Sáenz de Santamaría que a Casado (sin duda, los suyos así lo hicieron), mientras que sus principales antagonistas en el partido (Betoret, César Sánchez) apostaron claramente por Casado; y ambos ganaron, y de hecho han entrado en puestos destacados de la ejecutiva del PP.

El poder valenciano en Madrid ha ganado enteros, pero son, para desgracia de Puig y de Bonig, valencianos que no les tienen demasiado apego. Tampoco es que vaya a ser peor que con Rajoy, pero difícilmente mejorarán las cosas en lo sustancial. En lugar de ello, tendremos gestos, que para algo los gestos son gratis, o casi: Casado vendrá por aquí de vez en cuando con su mujer, para ir a la playa y tomarse una paella. Sánchez, al FIB. Más de lo que venía Rajoy sí que es, aunque al menos Rajoy no engañaba a nadie; no vendía ilusión.

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