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¿Es Soraya el problema del PP?

El PP ha afrontado un difícil congreso de sucesión. Había perdido el poder por la Gürtel. Un fuerte golpe moral. La sucesión se ha dirimido a través de unas primarias -algo sin precedentes- diseñadas para que venciera el candidato designado desde el poder. No ha sido así porque Mariano Rajoy no ha querido imponer y quizás no lo podía hacer porque ya no tenía todos los botones del mando. Finalmente es la primera vez que el PP va a tener que competir -desde la oposición- con otro partido, Ciudadanos, por el voto del centroderecha y la derecha. Hasta ahora, en ese campo tenía el monopolio.

¿Cómo ha salido el PP de la prueba del congreso y el postcongreso? Ni bien, ni mal. Sólo a medias. Es todavía pronto para juzgar, pero todo apunta a una cierta mediocridad. Pablo Casado quiere hacer recuperar -entre los militantes y electores- el orgullo del PP. Es lógico e inteligente. Pero proclamar -en la clausura del congreso y el jueves en Barcelona- que «el PP ha vuelto» parece contraindicado. El PP ha gobernado desde el 2012 y la frase no puede dejar de ser percibida como una reprimida decepción (el error en la palabra que para Freud indicaba una frustración) con esa etapa. En especial cuando a eso se une una confesada nostalgia del aznarismo y de una derecha más desacomplejada.

Y cuando en un partido no hay una indiscutible autoridad moral o fáctica surgen inevitable y espontáneamente las corrientes. En la votación entre militantes ganó Soraya Sáenz de Santamaría por un 37 % contra un 34% de Casado y un 25 % de Dolores de Cospedal (el resto, incluido José Manuel García Margallo era puro folklore). Luego, entre los compromisarios ganó Casado con un 57 % contra un 43 % de Santamaría. Para que estas tendencias no cristalizaran en corrientes enfrentadas habría hecho falta más cintura -y apertura mental- que la demostrada por Casado

El sorayismo pidió un 43 % de la dirección (pocas ganas de sumisión) y Casado sólo supo apelar a una autoridad poco reconocida. La exvicepresidenta no es la izquierda del partido, pero sí la apuesta por continuar un conservadurismo más basado en la prudencia que en el dogma y por un tímido centrismo al que se llega más por pragmatismo que por convicción. Es lo que Rajoy en su discurso de despedida vino a definir como gobernar en función de las circunstancias y para mucha gente y sin esclavitud a recetas precocinadas. Santamaría no levantaba tanto una bandera política como una práctica de gobierno con un buen balance en la economía. Las cifras de empleo del segundo trimestre están ahí.

Y ahora el sorayismo, alimentado por la incapacidad de Casado de incorporarlo o desintegrarlo (los fichajes sorayistas tienen poco relieve cualitativo) está cristalizando en una tendencia organizada aunque el presidente -negando la evidencia- proclame que las corrientes no existen. Enfrente, la coalición tejida por Casado tiene menos consistencia. El casadismo es la unión de un grupo de jóvenes con ambición y deseo de renovación (ganas de escalar rápido) con la derecha más musculada (aznarismo, grupos ligados a un catolicismo poco abierto…). Pero con eso el casadismo no tuvo suficiente para ganar el congreso. Tuvo que lograr también el apoyo de poderes fácticos del PP, enemistados, rebotados o recelosos con Santamaría, como la antigua secretaria general, Cospedal, y el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo.

Y esta coalición es la que ha tomado el poder. Los tres primeros puestos -Casado más Teodoro García, su director de campaña y ahora secretario general, y Javier Maroto, exalcalde de Vitoria y con gran capacidad de comunicación- son el eje del poder. Tienen menos glamour que el trío Rajoy-Santamaría-Cospedal que dirigió el gobierno y el partido los últimos años, pero acaban de empezar. Nos pueden sorprender. Para bien… pero también para mal.

Y los nombres impuestos por Cospedal no dan demasiado brillo. La nueva portavoz parlamentaria, Dolors Montserrat, es una joven y trabajadora política, hija de una veterana del PP catalán, pero que carece de la experiencia y las habilidades teatrales del hasta ahora portavoz Rafael Hernando. ¿Podrá competir con las punzantes Adriana Lastra (PSOE) e Irene Montero (Podemos) y con el aguerrido Juan Carlos Girauta (Cs)? Respecto a los exministros del Interior y de Justicia, Juan Ignacio Zoido y Rafael Catalá, no se puede decir que sean emblemas de la renovación o del aggionamento. En conjunto el nuevo equipo parece derechista -eso sí- pero limitado. Casado tiene empatía y capacidad de comunicar (en esto puede competir con Albert Rivera), pero no se sabe si la suficiente solidez, empezando por su curriculum académico. Y hay quien piensa que si al PP las municipales o las legislativas (no se sabe cuáles serán antes) le van mal, Casado puede quedar quemado. Santamaría y Nuñez Feijóo lo deben tener presente.

Relevante derrota de Sánchez

Desde el primer día se supo que gobernar con 85 diputados y sólo gracias a un voto de repulsa de partidos muy distintos -incluso antagónicos- contra Mariano Rajoy, sería muy difícil. Pero han pasado dos meses y negociando muchas cosas y con la ayuda de la buena recepción que su gobierno tuvo en el país y de cierta voluntad de los partidos que votaron la censura, Pedro Sánchez -no sin dificultades- ha ido gobernando. Y el PSOE ha subido en intención de voto y se ha colocado en cabeza en las encuestas. Incluso pareció en algún momento que como ningún partido de los que votaron la censura -tampoco de los otros- tiene interés en un inmediato adelanto electoral, el líder socialista podría acabar la legislatura.

Pero la jornada de ayer dio dos indicaciones contrarias. Por una parte, la votación a favor de Rosa María Mateo como administradora única de TVE demostró tanto la habilidad de Sánchez como la voluntad de las fuerzas de la izquierda de no romper el experimento. Pero, por la otra, la abstención de Podemos respecto al objetivo de déficit y el techo de gasto del 2019 indica que las divergencias dentro de la izquierda siguen siendo muy fuertes. Podemos puede considerar que aumentar el techo de gasto un 4 % no es suficiente y que pactar con Bruselas un objetivo de déficit menos restrictivo importa poco. Pero esa es la única posibilidad real, excepto la de volver a un déficit más estricto pactado con anterioridad por el PP. Y el anuncio del voto en contra de Podemos -eso es en realidad la abstención- convertía ya en irrelevante la decisión de los independentistas catalanes.

La actitud de Podemos es incluso menos comprensible porque derrota a Sánchez de entrada y evita al PP tener que vetar el techo de gasto en el Senado y perjudicar así a todas las comunidades autónomas -incluidas las del Partido Popular-, que tendrán menos fondos a su disposición. Es la primera derrota relevante de Pedro Sánchez. Si no se halla una salida será imposible aprobar unos presupuestos para el 2019 y quedará demostrado que -como en la primavera del 2016- Pablo Iglesias no ve ninguna ventaja en permitir un gobierno del PSOE. En ese caso, unas elecciones anticipadas -incluso antes de las municipales- parecen inevitables.

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