Días atrás llamó mi atención una noticia que daba cuenta del hallazgo, por parte de un equipo de biólogos españoles del CSIC, de que el paso de la neurogénesis -formación de neuronas- de reptiles (de tres capas) a los mamíferos (seis capas) estaba producido no por un gen, sino por la disminución de la expresión de ese gen: ¡por su inhibición! Cuando hablamos de una mayor complejidad en la organización, en este caso del sistema cerebral de los mamíferos, no necesariamente lo comprendemos como con más; porque a veces, como en este caso, es con menos; y, en la mayoría, con lo mismo o parecido.

La historia del desciframiento del ADN de los organismos vivos, también de los humanos, es toda una carrera de asombro, cuando se superan los obstáculos técnicos. Resulta que no disponemos de más genes que cualquier otro animal comparable; incluso hay plantas que disponen de más genes que nosotros€ Lo que produce mayor sorpresa todavía. Es más, nuestro ADN es similar, en un 98,8 %, al del chimpancé, sin que por eso seamos menos humanos, aún siendo animales.

La cuestión que se plantea con los actuales conocimientos de genética es ¿qué nos hace tan distintos de los demás organismos vivos? Aunque, bien podría ser lo contrario, como observo en distintos ámbitos y debates: ¿no seremos más de lo mismo? ¿No seremos más que meros y simples animales?

Las respuestas que se den a estas preguntas son de vital importancia. Si somos distintos, ¿dónde está la distinción? Si, por el contrario, somos lo mismo, ¿dónde está la diferencia?, pues, salvo que neguemos la evidencia, resulta que nosotros hacemos tesis doctorales sobre los animales, pero no conocemos ninguna producida sobre nosotros, por otra especie diferente a la nuestra.

Estas cuestiones científicas ponen en un brete a quien vea al ser humano como algo inmanente, sujeto a las leyes biológicas, de algún modo deterministas, y que no admite ese algo que nos hace distintos siendo similares. Lo que Platón llamó alma inmortal; Aristóteles, logos o racionalidad; san Agustín, alma espiritual; los filósofos medievales, alma racional; y los filósofos modernos, más dualistas, res cogitans. En general, en el lenguaje vulgar, se indica que el ser humano está dotado de razón y, por ende, de alma espiritual e inmortal. Dicho de otro modo, el hombre es un animal espiritualizado, o un espíritu encarnado. Según se vea. En cualquier caso, para un materialista convencido, la cuestión se pone chunga, porque no hay manera de explicar satisfactoriamente lo que nos une entre nosotros ni, sobre todo, lo que nos separa de los animales.