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Inestabilidad

Pedro Sánchez está más solo que la una. Sólo cuenta con los suyos. Los que le ayudaron a derribar a Mariano Rajoy lo hicieron por tres razones: para librarse del Partido Popular, para pasarle factura por el apoyo recibido y para aplicarle la tortura que conlleva gobernar en minoría absoluta. La soledad socialista se ha plasmado en la primera de las votaciones importantes del Congreso. El déficit, la deuda y el techo de gasto acordados con la UE obtuvieron el rechazo de la oposición y el desprecio de casi todos los partidos que se sumaron a la moción de censura y le permitieron ser presidente del Gobierno. El propio Puigdemont avisó desde Waterloo: "El periodo de gracia se acaba". Waterloo arrastra un simbolismo.

No ha habido que esperar demasiado para constatar el abandono, que sume al país en una situación inestable. Muchísimo más que la que el propio Sánchez utilizaba no hace mucho para reprocharle la debilidad a su predecesor y exigirle la convocatoria anticipada de elecciones. En medio de la desolación presupuestaria más absoluta, con sólo 84 diputados y la mayoría de los socios en contra, el presidente del Gobierno no cree, sin embargo, que el diagnóstico que dictaba desde la oposición pueda aplicársele a él. Tampoco Zapatero. Haciendo gala del optimismo antropológico que le caracterizó, se ha atrevido a decir que hay Gobierno del PSOE para rato.

Probablemente este Gobierno, nacido con vocación electoralista, esté esperando la señal demoscópica que le anime a convocar elecciones con garantías de ganarlas. Probablemente también, Sánchez, por su condición advenediza, prefiera que eso sea más tarde que pronto. Estrellarse una y otra vez con la cruda realidad no significa tener que aceptarla. Pero, cuidado, como resulta que los votos son cautivos de las sensaciones, la soledad puede jugar a favor del rey desnudo siempre que al electorado no le dé tiempo a percibir lo desnudo que está. Alargarla puede ser perjudicial también para él.

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