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La muerte vive en el armario

Armas que permanecen agazapadas en el fondo de la despensa y que causan espantosos desaguisados

No, amigos, no es el título de una novela del género negro. Hay armas para matar en las novelas negras y hay otras, de aspecto benévolo, que se guardan y esconden, agazapadas en el fondo de la despensa y cuando salen a la palestra causan espantosos desaguisados. Vivimos con el enemigo en el armario. No pequemos de incautos, permanezcamos alerta y conozcamos los riesgos de aquellos alimentos y sustancias que nos rodean, tan familiares que nos parece imposible que guarden un veneno en sus entrañas. Un jamón, por ejemplo. Hace unos días leímos la noticia del fallecimiento de una mujer que se atragantó con un trozo de jamón. Atasco de vías aéreas y asfixia. Se contabilizan mil muertes anuales por esta causa, siendo el jamón el alimento que más atragantamientos mortales provoca. Hace unos meses escribí en estas páginas sobre la necesidad de que, en los restaurantes, los camareros debieran estar obligados a saber como se practica la maniobra de Heimlich, nada complicada y les aseguro que ha salvado muchas vidas. Un servidor libró el pellejo haciéndose un autoheimlich contra el borde de una silla. No he vuelto a probar el jamón. Bueno, el de pata negra sí. Y sigamos con el arsenal del armario. Leo también en la prensa como una mujer de 30 años, después de fregar la cocina durante dos horas con un preparado de amoniaco (los hay de todos los colores), exhausta llamó al 112 y dijo que se sentía morir. Cuando llegó la asistencia médica, el peor pronóstico que hizo la mujer se había cumplido. Que el amoniaco limpia bien, no lo discutiré. Pero que sus vapores inhalados chamuscan los bronquios y lo que encuentren a su paso es un hecho que se evidencia por desgracia en muchos casos. No digamos si lo mezclamos con lejía, respiraremos entonces los vapores del mismísimo infierno. ¿Hasta cuándo las autoridades que velan por nuestra salud permitirán el uso del amoníaco con fines domésticos? Entre otras cosas, siempre al alcance de los peques. Otro ejemplo y termino. El otro día, atasco en el desagüe de la bañera. Compro un desatascador potente. ¿Con esto usted cree que? ¡Hombre ácido sulfúrico, qué más quiere! Confieso que lo trasporte a mi casa lo mismo que si fuera una cabeza nuclear. Compré guantes de látex y mascarilla, acoté el baño dejando una zona de seguridad de 4 metros, exagerado me llamaron, ja, y armado de valor me fui al desagüe. Tres cuartas partes de la botella en una sola dosis. Y ¡riasss! Creo que la primera erupción del Etna se pareció mucho a la gran fumarola que salió del desagüe, irrespirable, maloliente, y caliente. Salí de allí como alma que lleva el diablo. La erupción fue amainando, el atasco no, y por el prado observé un éxodo de topos, como un ejército derrotado emigraban a la parcela del vecino huyendo de los vapores sulfúricos que se infiltraron bajo tierra. Vivimos rodeados de enemigos. Los hay inevitables, pero otros perfectamente evitables, los que guardamos en el armario, por ejemplo.

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