Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cambiar el mundo

Si el medio en el que se desarrollaran los seres vivos fuera idéntico para todos, sus diferencias dependerían únicamente de los genes. Pero esto es prácticamente imposible. En primer lugar, porque a no ser que todos hubieran nacido a la vez, dado que el medio está permanentemente modificado, nunca sería idéntico. Y porque aunque lo fuera, cada uno experimentará aspectos de él diferentes en diferentes momentos.

La dependencia del medio de los genes y viceversa se demuestra con un experimento muy simple que le valió el premio Nobel a Jacob y Monod. En primer lugar, se debe saber que los genes no están siempre activos. En el curso de nuestra embriogénesis se activan en momentos precisos para producir órganos y tejidos. Por ejemplo, los que determinan la forma y tamaño de la mandíbula son los mismos en los primates que en nosotros. Pero la de ellos es bien diferente. Otros genes influyen para modelar el momento y periodo en que se activan. La lactasa es una proteína que rompe la lactosa, un disacárido difícil de absorber, en dos azúcares simples: glucosa y galactosa. Pues como mamíferos destetados ya no precisan esa enzima, el gen que la produce se inactiva. Si siguiera produciéndola tendría un coste energético que no se traduciría en ninguna utilidad.

Fue precisamente investigando el comportamiento de una bacteria, E. coli, cómo Jacob y Monod describieron lo que denominaron la lactosa operon. Observaron que cuando no hay lactosa en el medio la bacteria no produce galactosidasa. Basta añadirla para que se active ese gen. Es una demostración de cómo los genes se adaptan al medio. Pero a la vez lo trasforma, porque al digerir la lactosa cambia su composición. El mecanismo de la lactosa es un poco complicado. Cuando no la hay, una proteína se acopla al gen bloqueándolo. Pero si absorbe lactosa esa proteína se deforma, no encaja y el gen se dispone a fabricar la galactosidasa. Así es la vida. No somos un mero saco de genes que busca la eternidad. Hay todo un diálogo entre ellos y el medio. Pero lo mismo que no se puede dar a los genes todo el protagonismo, tampoco al medio. De una manera brutal, criminal, se lo dio Pol Pot, quien junto a los Kmeres Rojos quiso crear el hombre nuevo. Pero antes ya había experimentado Lysenko, un ucranio disparatado que consiguió el favor de Stalin.

Lysenko era un técnico agrícola listo y ambicioso. Como decía en el primer artículo del «Pravda» que habla de él como «el profesor descalzo»: no estudió las patas peludas de las moscas, pero fue la raíz de las cosas. Era 1927, drosophila, la mosca de la fruta por su rápido ciclo y simplicidad era ya la preferida de los genetistas. Su primer experimento fue con el trigo de invierno. Se siembra en otoño y los brotes que sobreviven al frío maduran en la primavera. Lysenko propuso la «vernalización» consistente mojar y enfriar las semillas de manera que el trigo engañado germinara en primavera y así la cosecha sería mayor. El primer experimento lo hizo con su padre y tuvo éxito. Pero hay demasiadas circunstancias que pueden hacer fracasar este método, por otra parte ya conocido en Ohio desde 1850. Así que si bien algunas veces trajo riqueza, en conjunto sumió a la población en una hambruna cuyas consecuencias son difíciles de conocer. Eso no desalentó a Lysenko. Estaba convencido de que el medio podía trasformar a los individuos, bastaba con acertar en su composición. Ideología que concordaba muy bien con la comunista en su aspiración a crear el hombre nuevo haciendo desaparecer a los burgueses y su cultura. Bastaba el sacrificio de una generación porque los hombres nuevos trasmitirían a sus descendientes esos comportamientos. Para el investigador ucranio, las semillas modificadas por influencia del medio trasmitirían estos cambios a sus hijas. Una teoría adelantada por Lamark que la ciencia descartó. Entre sus disparates, decía que bastaba alimentar a una curruca con orugas para producir un cuco. Manipulando el medio se podía conseguir cualquier cosa.

Su prestigio fue tal que orilló, no se sabe si depuró, a los científicos rusos que se oponían. Antes encargó experimentos para refutar a Mendel. No importó que los hechos confirmaran el mendelismo, en 1948 se decretó oficialmente su muerte. Para él no existía la competencia, sino la colaboración entre individuos. Tuvo ocasión de ponerlo a prueba con el plan de plantar árboles en las estepas para protegerlas del viento y moderar el clima. Propuso, y así se hizo, plantarlos en grupos, de manera que las plantas en vez competir por nutrientes o la luz colaborarían en el bien común. Sin embargo, la competencia se impuso: sólo el 4% prosperó.

Entre herencia y medio hay una tensión que puede resultar en beneficio o perjuicio de unos y otros. Lo mismo que la hay entre competencia y colaboración, ambas presentes en la biología. El error es tratar de que sólo una de estas fuerzas prevalezca.

Compartir el artículo

stats