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Canallesco desamor

Ninguna de la Hermandad de las Inocencias habría sospechado nunca, ni en el más disparatado de sus delirios, que Brunilde, Bruni, la última en hermanarse, hubiera vivido en su juventud un episodio tan sórdido y doloroso que hasta entonces había ocultado en silencio, sin decidirse a expulsarlo fuera de su mente para sentirse libre de aquel repulsivo recuerdo. Lo que la había impulsado a liberarse de aquel veneno que con frecuencia la empujaba a salir, escapar de este mundo horrible y malvado había sido la valentía de todas ellas para vencer las contrariedades y que le escucharan, sobrecogidas pero serenas, el relato del espantoso suceso vivido una noche, cuando era una joven esposa veinteañera que dormía en casa de su madre y padre porque Acracio, su marido, estaba ausente debido a asuntos laborales, y su papi, cariñoso, dulce, siempre pendiente de satisfacer sus caprichos y deseos, la despertó bruscamente destapándola y metiéndose en su antigua cama de niña y de adolescente, para arrancarle el camisón y dejarla desnuda y ponérsele encima y violarla muy violentamente, como si ella fuera una yegua y él un caballo desbocado y enloquecido. Su madre no se enteró de nada. Dormía profundamente debido a los fármacos que tomaba a la hora de la cena para evitar el insomnio. Su padre, antes de salir del dormitorio, le susurró con indecente guasa y cinismo: "Siento que no hayas disfrutado del coito tanto como yo."

Pero aún le aguardaba algo que la trastornó, cuando supo que estaba embarazada, porque Acracio era estéril, según se le había diagnosticado durante su matrimonio anterior. Sin embargo, su angustia amenguó cuando la ginecólogo le explicó que, en no pocas ocasiones, se producían concepciones inesperadas por haber sido dictaminadas erróneamente de imposibles, como era el caso de su marido. De modo que el embarazo siguió adelante con el malestar suyo y el gozo y alegría de Acracio por su sorprendente paternidad. Y nació un niño del que todo el mundo decía que su carita era en miniatura la de su abuelo materno. Ella entonces sonreía y pensaba amargamente que aquella criatura era su hijo y hermano y el hijo y nieto de su abuelo. Y fue cayendo en un pozo séptico, rebosante de basura, de suciedad, de maldad que la ahogaba, porque se hallaba anonadada, sintiéndose un cero a la izquierda, una moribunda a punto de ser amortajada que buscaba consolación en las drogas. Y se fue de casa, a la deriva, para terminar viviendo bajo un túnel abandonado, convertido en dormitorio de nómadas que se autonominaban "Los sin, sin, sin nada". Sin embargo allí se produjo algo tan prodigioso como fue conocer a Jimeno, un médico que visitaba, curaba y protegía a aquella gente desamparada e invisible para los habitantes de un mundo tan inmundo y cruel. Él consiguió que ella le contara el porqué de que se encontrara en aquel lugar y, tras escucharla con toda atención y mirándola de una manera que, emocionada y conmovida, calificó de ternura, se declararon su amor, y ella se divorció de Acracio y vivía con sus dos hombres queridos, queridísimos: Isacar, su hijo, y Jimeno, su marido.

Todas las Inocencias permanecieron enmudecidas, sumidas en un sopor y estupefacción por no saber qué decir hasta que Goyita Mir rompió el silencio comentando que, personalmente, todo aquel relato le sonaba a literatura o, mejor, a infraliteratura del género negro. Bruni con lágrimas y un tono de voz quebrado le reprochó esa falta de caridad y empatía con el sufrimiento del prójimo que era muy propia de la gente del PP, su partido, como, por ejemplo, aclaró, Peppa Pig o SSS, que era Soraya Saenz de Santamaría. Aquellas palabras hicieron reír a la mayoría y a las otras permanecer en un silencio reprobador. Fue la misma Bruni la que, diciendo que en realidad no le gustaban ni pizca los insultos y mucho menos si iban dirigidos a mujeres, le pidió disculpas a Goyita, que se las aceptó; y Elisenda Puig y Angelita Perdigón comenzaron a cantar el himno de las Inocencias, siendo secundadas por el resto, incluidas las dos peleonas que se miraban amistosamentes sonriéndose.

A continuación la dulce Melina Pombal, sin el acompañamiento entonces de su gato Josefín, les pidió permiso para leerles un poema que había escrito la noche pasada. Ninguna se opuso, sino que a la vez la animaron a que hiciera esa lectura. Ella se puso en pie y de su bolso de piel de cocodrilo auténtico -regalo de su abuelita, como explicaba mimosamente y con horror de Margot que era vegana y no comía ni mataba animales ni usaba ninguna prenda hecha con sus huesos o pellejos- sacó un folio y comenzó: "Muchos poetas se jactan de sus versos de siete y once sílabas de plata garcilasista y culterana. Son los mismos que me reprochan la canción en prosa de los míos, largos como antiguos días de ayuno y abstinencia, sin sonsonete ni ritmo, parecidos a los cantos ahogados de aquellas lavanderas de brazos de mirto y pies de barro, que guardaban en la garganta una filomela o golondrina acatarrada y a quienes el río, ladrón de los colores y hermosura de sus caras, les robaba pañuelos y sábanas. Mis versos son airados como el viento de Cuaresma, más ásperos que el aguapié del Vaticano, que no es ¡por Baco¡ "un Chateau-Neuf del Papa," pero los prefiero con toda petulancia y descaro a los de esos hueros aedos, cantores de sus ombligos y epígonos lastimosos de los hijos de Clariclea que tuvo más bastardos que el rey Carlos y más retoños degenerados y espúreos que un Vicediós renacentista. Detesto a los melifluos, cursilenguos, crisóstomos o bocazas de oro, y laringófilos que aman la dulzura inútil de las glosolalias y aborrecen mis poemas que suenan como zuecos de pastora en el suelo de cristal de las estancias ebúrneas y torreadas, donde tienen cautiva a Poesía esos vates aguachirleros. Finis".

De momento ninguna abrió la boca, ni siquiera la autora de los versos que tenía los ojos puestos en el techo aguardando el veredicto que, tras varios contundentes carraspeos para aclararse la voz, emitió Margot Pis.

Quiero ser sincera -empezó diciendo Margot- pero no brutal ni ofensiva, por lo que digo que este poema me resulta empapizador, rebuscado, oscuro y no me gusta, pero felicito de todo corazón a Melina, porque estoy segura de que puede llegar a ser autora de una obra poética magnífica. Y también quiero que Brunilde sepa que la admiro por haber afrontado un acto canallesco paterno de desamor con tanta fortaleza y valentía; todas la aplaudieron, también Melina, a quien Bruni abrazó con especial cariño, porque su Josefín era hermano de su gato Ciri, Cirilo.

Y las Inocencias se sintieron muy fuertes y felices por vivir tan unidas y hermanadas.

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