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La eutanasia de nuevo

La necesidad de una legislación sensata sobre los últimos días del enfermo que respete su voluntad

Por nuestra profesión, todos los médicos hemos conocido historias dramáticas pero, quizás, las que más impresionan, son aquellas en las que los pacientes piden con insistencia que les ayudemos a morir. Y la pregunta que me hago es: ¿Qué es lo que nos está pasando para que no seamos capaces de resolver, sin conflictos, la muerte tranquila de un ser humano en semejante situación? Porque, en determinados pacientes, como es el caso de los que padecen una distrofia muscular progresiva, la mente está lúcida, pero, el cuerpo, aparte de doloroso, presenta una incapacidad progresiva.

Qué duda cabe que la vida es hermosísima mientras nos sentimos bien y con un óptimo estado de salud. Pero, cuando determinadas enfermedades incurables nos visitan, las cosas cambian. Y si se trata de un proceso con las características del que acabo de hacer referencia, es preferible no imaginar lo que puede pasar por nuestra mente.

Y es que aunque tengamos asumido que la muerte forma parte del ciclo de la vida, el proceso de morir es complejo Y, quizás, lo que más atemoriza, no es el dolor físico, sino la soledad, vacío y opresión que nos puede esperar durante los días, meses o incluso años que vamos a pasar en la antesala de la muerte. Porque para aquellas personas que creen que la vida está en manos de Díos, resulta más llevadero, pero ¿qué sucede con las que actúan desde la ausencia de la fe, o la creencia en un dios diferente? Por eso, algunos pacientes dicen que están hartos de vivir así y depender de todo el mundo.

Sin duda, el cometido fundamental de la medicina consiste en curar y aplicar los tratamientos necesarios para aliviar el sufrimiento. El código deontológico prohíbe la eutanasia, contraria a la ética médica. Pero, ¿es justo permanecer ajeno al horror por el que está pasando algunas personas?

Por eso, ahora que de nuevo se habla de la eutanasia, necesitamos con urgencia una legislación sensata y seria que respete la voluntad del enfermo, adecuadamente informado de todo el proceso de su enfermedad, y que plasme todas las complejidades individuales de este asunto, que habla de la muerte y de la ayuda ajena para terminar con padecimientos terribles e incurables. Y, por supuesto, atando muy bien los cabos, para que nadie pueda utilizar ese derecho, importantísimo, con ningún otro fin que no sea el de acabar con el sufrimiento irremediable.

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