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Apellidos

Hay gente en cuya casa entra la corrupción con la naturalidad con la que el butano entra en la mía. -Soy la corrupción, la inmoralidad, el envilecimiento, el desenfreno y vengo a ofrecerte el negocio de tu vida.

El negocio de tu vida puede ser la construcción del AVE a la Meca o el asfaltado de la comarcal 666, en el caso de que exista esta carretera, que sería la del diablo. La corrupción erige aeropuertos inservibles, estaciones de tren vacías, ciudades de la justicia inviables… Si a la corrupción se le antoja, también puede levantar calzadas y autopistas. Basta con sobornar un poco a Lucifer, que suele estar muy bien situado en Fomento. En España sales a pasear y tarde o temprano tropiezas con un bloque de hormigón en medio de la nada.

-¿Esto qué es? -preguntas.

-Esto es el 3%. O el cuatro, depende.

Y es que levantar un bloque de hormigón puede alimentar a cuatro o cinco comisionistas, sin contar al comisario Villarejo o a Villalonga, el amigo de la infancia de Aznar. Lo que queríamos decir es que hay personas a la que la corrupción se les aparece como la Virgen a los místicos. Se sientan en la silla giratoria (o en la gestatoria, ahora no caigo) del despacho, y al poco suena el teléfono para ofrecerles una obra pública sin necesidad de pasar por el concurso correspondiente. El llamante no es cualquiera.

-Soy el Estado -le dice un alcalde a un constructor, y el constructor, pobre, qué va a hacer ante un milagro de esa naturaleza: caer de rodillas y decir: SÍ, CREO.

Si tienes uno de esos apellidos que salen estos días en la prensa un día sí y otro también (la corrupción no descansa), eres susceptible de que te ofrezcan un pellizco por la adquisición de un quirófano, por la compra de un tanque o por la construcción de un submarino. Menos mal que disponemos de un CNI para poner las cosas en su sitio y separar a los corruptos supuestos de los reales (signifique lo que signifique reales). En cuanto a usted y a mí, podemos dormir tranquilamente con las ventanas y las puertas abiertas, porque la corrupción pasará de largo. Por un lado está bien, pero a quién no le arregla el cuerpo una comisioncita.

Hastío

Desengañémonos: la recuperación económica no llega a las clases menos favorecidas porque se trata de una forma de recuperación diseñada para que no llegue. Deberíamos ir tomando conciencia de esto para evitar el malentendido de que son unas fuerzas sobrenaturales las que lo impiden. No hay nada de sobrenatural en unas leyes que permiten la explotación del hombre por el hombre. Están hechas aquí, en la Tierra, redactadas por gente como usted o como yo, por bípedos que se alegran cuando les nace un hijo o se les muere una madre. No es orogenia ni tectónica, no hablamos de fuerzas telúricas empeñadas en que los pobres sean cada vez más pobres y los ricos más ricos. Es pura maldad económica disfrazada de tecnicismos que los poderosos sirven cada día a los editorialistas. Se sienta uno a ver las noticias y se apiada de los pobres millonarios que no logran hacer llegar parte de su prosperidad a las clases medias castigadas por la crisis (o por lo que venimos llamando de ese modo). Se esfuerzan, sí, vienen a contarnos los expertos de turno, pero no llegan, quizá por falta de colaboración de los necesitados, que producen poco.

La Reforma Laboral, por ejemplo, no son las Tablas de la Ley. No hubo un Moisés que fuera a recogerlas a la cima del monte Sinaí de la misma mano de Dios. La Reforma Laboral, causante de que la recuperación «no llegue», se fraguó en despachos con moqueta y muebles con incrustaciones de marfil. Y fue entregada por los poderes económicos a los políticos responsables de la cosa. Otro asunto es que dichos políticos creyeran que el mundo financiero era el Sumo Hacedor y sus cubículos el monte sagrado. De modo que cuando leamos titulares de prensa bajo los que se filtra la idea de que la recuperación económica no llega a las capas inferiores por culpa de la geología, pongámonos en guardia. Cabreémonos. No llega porque está pensada para que no llegue. No llega porque aquí (signifique lo que signifique aquí) se ha dibujado una organización social que perpetúe las diferencias y acabe con el ascensor social, todo ello envuelto en un discurso económico calcado de una oratoria religiosa productora de resignación y conformismo, cuando no de hastío.

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