Unas 40.000 personas se manifestaron a finales de mayo por el asfalto de Valencia en defensa del campo. En la concentración, promovida por la Federación de Caza de la Comunidad Valenciana, los participantes reivindicaron lo rural frente al ninguneo político al que son sometidos demasiadas veces cazadores, agricultores, ganaderos... No es de extrañar que el número de asistentes viniera a coincidir con el de federados en el deporte de la caza y, seguramente de ahí, el éxito de la convocatoria. Y es que, para alguien que es capaz de soportar los madrugones, el cierzo duro que abofetea el rostro o la escarcha que hiere la piel, desplazarse un día a manifestarse a la capital es cosa fácil.

La vida del cazador -y digo bien «vida», porque es mucho más que una afición- requiere de sacrificios, a veces difíciles de entender para el urbanita. El gusto por la caza se mama a menudo en la infancia con desayunos antes de que apunte el alba, kilómetros para llegar al destino, frío en invierno, calor en verano, frecuentes días sin lances... mientras se dibujan, a cada paso, en cada aliento, vivencias que perdurarán en el recuerdo y que serán narradas a otras generaciones.

Frente al campo y a la caza está la burocratización, las cada vez más numerosas limitaciones por parte de la Administración y la demonización que en los últimos tiempos se ha hecho de la práctica cinegética. Los ataques de los denominados animalistas han encontrado aceptación en ámbitos políticos y, lo que es peor, se han aprovechado las redes sociales para arremeter contra cualquier aficionado que cuelga una imagen o se fotografía con su hijo. Y no, no es algo exagerado, el que escribe lo ha sufrido en persona; eso sí, los que te insultan son los abanderados de la más pura libertad de expresión.

En breve volverán los días de apertura de la media veda con lances sobre torcazos, descaste de conejos y también los almuerzos con bota de vino en buena compañía. Y seguro que se hablará sobre aquella manifestación de mayo y la esperanza de que la unión demostrada pueda ser escudo para evitar futuros ataques. Yo, que aprendí a venerar el monte de la mano de mis mayores, puedo decir con satisfacción que la Federación de Caza, por primera vez en años, no pierde licencias, aunque me temo que el abandono del campo por la ciudad -fenómeno imparable de nuestra época- va a impedir el recambio generacional. Quizás son demasiados obstáculos para una juventud acomodada, hija de su tiempo.