Hace tiempo que la temporada alta vacacional dejó de ser un infierno en la pantalla. Los refritos y los programas de baja calidad, ya se sabe, son como las bicicletas, para el verano que es la época de menor audiencia televisiva. Este efecto de oferta de televisión convencional, ni frío ni calor sino más bien aburrimiento, está siendo paliado gracias a la consolidación en nuestro país de las plataformas «streaming», que siguen ganando adeptos a marcha de maratón seriéfila.
Aquí uno que es previsor, huyendo del achicharramiento catódico, me he lanzado al festival de la suscripción sin permanencia. Ahora lo tengo todo en la lucha contra el aburrimiento nocturno: Prime de Amazon, HBO y Netflix. Así de paso, tengo cubierta esa parte tan inevitable como recurrente de las conversaciones de sobremesa en las que ya es habitual la presencia de esta pregunta: ¿Y qué serie estás viendo ahora? La presión social al respecto va en aumento y parece no tener techo.
Hace poco más de una década no eras nadie si no veías «Lost». Hoy la oferta es tanta que podemos hablar de un excedente de series tal, que dudo que exista espectador capaz de consumir el catálogo entero de las tres plataformas antes citadas. No hay capacidad, ni tiempo ni vista suficiente para hacerlo.
La consecuencia de esta abundancia es un nuevo drama del S. XXI, cuanto más tenemos más queremos. Me pasa con las series, después de ver «Westworld», «El Cuento de la Criada» o «Strangers Things» mi nivel de exigencia crece y tanta oferta es poca cuando empiezas a dar tumbos, con ficciones que empiezas y dejas hasta encontrar la perfecta. Yo ya la encontrado, se llama «Heridas Abiertas», heredera del estilo Big Little Liars, esta me está ayudando a pasar mis noches de verano en serie...
