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Augurios

Hace diez años, un día que me encontraba firmando ejemplares de una novela mía en la Feria del Libro de Madrid, apareció una joven embarazada, ya casi a punto de dar a luz. Le firmé un libro. Luego, al darle la enhorabuena por su maternidad me dijo que salía de cuentas la semana siguiente y que sería una niña para la que ya tenían nombre: Beatriz.

-¿Y tú cómo te llamas? -le pregunté.

-Laura dijo.

Me quedé con los nombres por sus resonancias clásicas, pues Laura fue la musa de Petrarca y Beatriz la de Dante. Al año siguiente, Laura se presentó de nuevo en la caseta en la que firmaba, esta vez llevaba en brazos a Beatriz que, guapa y despierta, sonreía todo el rato. Estaba aprendiendo a caminar y parecía tener una curiosidad infinita por todo lo que le rodeaba. En esta ocasión firmé un libro para la pequeña deseándole un buen siglo XXI, puesto que había nacido en sus comienzos. Por la noche, ya en la cama pero antes de dormirme, pensé en la madre y en la hija porque me habían parecido una pareja muy vital, muy hermosa. Si yo hubiera sido pintor, les habría pedido que posaran para mí. Daba lástima que tanta belleza no quedara registrada en algún lienzo. Pasadas unas semanas, las ansiedades de la vida diaria borraron la imagen de las dos delante de la caseta, sonriendo frente al conjunto de mis libros.

Al año siguiente regresaron. Laura me pasó a su hija a través del mostrador y la tuve un buen rato en brazos sin que se extrañara de mí. Aparte de firmar un nuevo libro a la madre, le regalé a la niña un cuento infantil, sin texto, que me recomendó el librero de la caseta para esas edades. En esta ocasión, Laura y Beatriz no se apartaron de mi memoria en todo el año. Las recordaba cada poco, con más intensidad en fechas especiales como la Navidad. En Nochebuena me pregunté con quién estarían cenando y traté de imaginar un salón familiar por el que la niña corría y la madre trataba de poner orden. Así, año tras año, fui viendo cómo Beatriz creía y Laura maduraba. Este año las esperé con la ilusión de siempre, pero por primera vez no se presentaron, lo que me ha llenado de tristeza y de augurios. ¿Qué habrá sido de ellas?

Número desconocido

El tipo llevaba un rato observándome desde el otro extremo de la barra, delante de una taza de café. Yo había pedido un gin tonic que era incapaz de disfrutar bajo aquel escrutinio. Al rato, sacó un móvil, marcó un número, intercambió un par de frases con quien se hallara al otro lado de la línea, y luego vino hacia mí ofreciéndome el teléfono.

-Tome -dijo-, alguien desea hablar con usted.

Cogí el aparato con expresión de alarma.

-Hola -dije aturdido.

-Hola, soy mamá -respondió la voz de mi madre, que había muerto tal día como aquel, treinta años atrás.

-¿Qué broma es esta? -dije al teléfono mientras interrogaba con la mirada a su dueño.

-No es ninguna broma, hijo -respondió mi madre-, solo quería decirte que tu padre y yo estamos bien y que no hay nada que perdonar ni por tu parte ni por la nuestra. Aprovecha los años que te quedan. Sigue escribiendo, si es eso lo que deseas.

La comunicación se cortó y le devolví, atónito, el teléfono al tipo, que lo guardó en el bolsillo y se perdió en dirección a los lavabos.

Furioso por la burla, pero paralizado por la limpieza de su ejecución, no fui capaz de reaccionar en ese instante. Di el primer sorbo al gin tonic y esperé a que el alcohol se colara en la sangre y a través de ella alcanzara los capilares del cerebro. Cuando salga me va a oír, pensé. Pero no salía. Apurada la consumición, me acerqué al aseo y lo hallé vacío. Deduje que la escena solo había sucedido en mi cabeza, que es una cabeza verdaderamente agotadora, pues no deja de imaginar historias. Una detrás de otra, todo el día y gran parte de la noche. Pero la calidad de real de esta me trastornó de tal modo que pedí otra copa. Apenas había dado el primer trago cuando un tipo que no dejaba de vigilarme desde el otro extremo de la barra, frente a una taza de café, sacó su móvil y empezó a hablar con alguien. Supuse que hablaba de mí porque de vez en cuando me miraba y se reía. En esto sonó mi teléfono. En la pantalla ponía «número desconocido». Preferí no cogerlo, por si acaso.

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