Extrañas extravagancias pululan por ahí: padres que no vacunan a sus hijos; beber leche cruda sin pasteurizar; gente que anima a ser vegano; etc. Lo «natural» está de moda. Es un biologicismo a ultranza. Un naturismo ultraortodoxo. Y además de bélico, es dañino. Da la impresión de que, en la era tecnocrática, hemos pasado del materialismo a la desmaterialización. Nos gustaría disponer de un cuerpo 10, sin tubo digestivo. Aéreo y sin aerofagia. Desgravitado. Incluso, para alguno, llegar a ser un ciborg.

Y, sin embargo, conviene destacar lo obvio: que el fuego quema y que el agua moja; y que respiramos oxígeno y no metano. Enclenque y canijo: ¡este niño se alimenta del aire!; y se le daba un buen chorro de aceite de hígado de bacalao.

El mejor condimento es el hambre. Recuerdo que hace unos años, uno que había estado bastante tiempo en Nigeria, me contaba que lo niños, al saludarse en la escuela, se decían: hoy, 1-0-0; ó 0-1-0, etc. Siempre riéndose, porque los niños en África todavía ríen, querían señalar, con ese juego de marcador de fútbol, que ese día solo hacían la comida de la mañana, o del mediodía, o de la noche: ¡solo comían una vez al día! ¡Era lo habitual! No sé si las cosas han evolucionado últimamente, a mejor, claro; aunque por el aluvión de migrantes que se nos viene encima, no parece. Desde luego, en esas condiciones, no iban con remilgos de no querer comer cadáveres. ¡Cómo les encantaría ser veganos, por gusto! El deseo de los niños rescatados en Tailandia, después de la experiencia sufrida en la cueva, era regresar a su hogar y ¡comer pollo frito! Hasta un colega me dice, medio en broma, que no escribe en papel porque no quiere hacerlo sobre el cadáver de un vegetal.

En nuestra sociedad opulenta no vale el refrán de que quien repara en pelo, no toma tocino. Y así andamos: picajosos hasta el extremo de querer hacer veganos a los perros y a los gatos (ya quisimos hacer que las vacas herbívoras comieran carne; y nos salieron locas). Pero la cuestión, como acertadamente en mi opinión, señala Fabrice Hadjadj, es que nuestro mundo es cada vez más el de la desencarnación. ¡No queremos comer carne ni derivados de los animales! ¡Deseamos mantenernos hechos una sílfide! Y, por supuesto, ¡nada de traer hijos al mundo! porque es mancharse (de sangre y fluidos); y que sufran. Nos encontramos en la época del in vitro veritas, sea el cristal de las pantallas o el vidrio de las probetas. Quizá necesitamos más que nunca a un Dios encarnado.

No nos reconocemos si no es por intermedio de pantallas: el «contacto» de Facebook sustituye al con-tacto de las manos y del rostro. Natural viene de naturaleza, de lo dado, donado, lo graciosamente recibido. El naturismo es la desencarnación de lo natural. Un ejercicio ilusionista: lo construido por mí.