A pesar de su virulencia, el primer gran incendio de este año en nuestros montes no se ha cobrado ninguna víctima mortal. La profesionalidad y experiencia de todos los efectivos que han trabajado en su extinción ha contribuido a ello, además de los voluntarios que también han ayudado a las 3000 personas evacuadas a superar estos días aciagos. Ahora toca reconstruir todo lo perdido.

Pero el fuego se ha cebado en árboles y arbustos como hacía años que no ocurría. De las más de 3000 hectáreas quemadas, 800 pertenecen a El Surar, el alcornocal valenciano más meridional y uno de los bosques relícticos más valioso de nuestro patrimonio natural. Ha ardido prácticamente en su totalidad. La pérdida de masa forestal ya es de por sí dramática, pero en el caso de un alcornocal en la Comunidad Valenciana, lo es más todavía. Porque el alcornoque, Quercus suber en su notación científica, precisa para su crecimiento y desarrollo los suelos silíceos al contrario que su prima hermana la encina o Quercus ilex, que prefiere los calcáreos. Esos estratos sólo afloran en las sierras de Espadán, la Calderona y la Marxuquera, y por ello en nuestra Comunidad los alcornocales son tan escasos e inestimables; esperemos que la corteza de su tronco, el ignífugo corcho, les haya protegido en la medida de lo posible de las llamas y puedan rebrotar en breve.

Podría pensarse que este incendio es excepcional en latitudes mediterráneas, pero nada más lejos de la realidad. Por toda Europa, desde la meridional hasta la más septentrional, se desatan olas de calor. Temperaturas de hasta 47 ºC en Portugal, Italia y Grecia, más de 40 ºC en Suecia, más de 31 ºC en Siberia o noches tropicales en Noruega se han convertido en habituales semanas atrás, acompañadas en su mayor parte por incendios que han arrasado miles de hectáreas -como las 80.000 de Portugal- y produciendo pérdidas irreparables de vidas humanas.

Podría parecer también un relato digno de una película apocalíptica, pero no lo es en absoluto. Simplemente es una imagen objetiva de cómo el clima ya ha variado. Porque esta es la realidad, la pura realidad. La perturbación del normal funcionamiento de los patrones climáticos mundiales y el aumento de la temperatura media planetaria, debido a la acción antrópica, compromete seriamente la pervivencia humana y la del resto de las especies de la biosfera. Urgen políticas que implementen tanto medidas de mitigación para reducir al máximo las emisiones de gases de efecto invernadero, como de adaptación para protegernos de los efectos adversos que ya padecemos. El tiempo de hacerlo es éste y nos corresponde a nosotros, no a las generaciones siguientes. Nuestros hijos, simplemente, se verán forzados a gestionar día a día lo que hoy todavía son, aunque cada vez menos, sucesos inverosímiles.

El reciente cambio del gobierno estatal apunta con firmeza en esta nueva dirección. Teresa Ribera, a la cabeza del ministerio de Transición Ecológica se ha propuesto dos objetivos a cortísimo plazo: antes de que finalice el año deberán estar listos el borrador de la nueva Ley de Cambio Climático y Transición Energética y el Plan Nacional Integrado de la Energía y Clima, que constituirán el nuevo marco legislativo para avanzar en la reducción de emisiones y la descarbonización de la economía. Porque los últimos datos sobre las emisiones producidas en España no pueden ser peores: de las 274, 5 millones de toneladas de CO2 estimadas para 2017, se han emitido en realidad 338,8, lo que ha supuesto un 4,4% más respecto de 2016 y el mayor aumento interanual desde 2002; ello se ha debido al incremento en el uso de energía procedente de centrales de carbón y ciclos combinados al caer la producción hidráulica un 49% a causa de la sequía de 2017, el segundo año más seco desde 1965.

Pero por supuesto que no sólo la transición energética es prioritaria, sino que por su carácter netamente transversal, la lucha contra el cambio climático también precisa de la gestión forestal ejecutada con experiencia, profesionalidad y sensatez. Y con urgencia, pues el cambio climático actúa como agente acelerador de todo aquello que ataca a los bosques; recuérdese por ejemplo, las plagas de Tomicus o los propios incendios.

Reforestar con criterios biológicos, sustituir de forma constante y sostenida las masas forestales monoespecíficas por otras más diversas, aprovechar energéticamente la biomasa, reintroducir especies animales que ayuden a equilibrar el funcionamiento ecosistémico o renaturalizar espacios antropizados son criterios de gestión de sobra conocidos y puestos en práctica con éxito en los cinco continentes. Además, resulta necesario adoptar una nueva fiscalidad ambiental que ofrezca un rendimiento económico a los propietarios públicos y privados de los bosques, en concordancia con los servicios ambientales que éstos últimos prestan gratuitamente a la sociedad como es, por ejemplo, la producción de agua dulce. Apostar por esta línea tendría consecuencias positivas sobre los municipios rurales de interior que por falta de oportunidades para sus habitantes sufren un grave despoblamiento.

Los valencianos conocemos bien los incendios en nuestros montes y las catástrofes que causan; el de Llutxent acaba de ser un trágico recordatorio. Ha llegado el momento de que la Comunidad Valenciana lance un Pacto por los Bosques, donde se articule una alianza transversal entre instituciones públicas, privadas, empresas y actores de la sociedad civil, y en el que lo forestal sea el aliado imprescindible en la lucha contra el cambio climático. Un Pacto que cuente con el deseable consenso de todos los grupos políticos. Porque es necesaria una nueva perspectiva global y globalizadora de los bosques. Global porque precisamos al conjunto de los ecosistemas forestales del planeta, en cantidad y calidad suficientes, para garantizar el mantenimiento del clima y nuestra propia supervivencia. Y globalizadora porque todos los estamentos de la sociedad valenciana deberían implicarse en esta empresa. Ha llegado la hora de los bosques.