Tres especies arbóreas dominan Finlandia y Suecia, destinos del primero de mis viajes estivales. El pino rojo, el abeto y el abedul son característicos de esta porción del bosque boreal o taiga. Los dos primeros son coníferas, perennifolios; la última, un caducifolio. El reducido sotobosque incluye especies que podemos encontrar en latitudes mediterráneas como enebros o brezos, junto con otras que anuncian la tundra ártica: musgos, líquenes y una variedad de bayas como los arándanos. Un ámbito perfecto para entender por qué las tierras emergidas del hemisferio boreal al norte de los trópicos pertenecen al mismo reino floral: el holártico. El mismo pino que encontramos en la Ciudad Encantada de Cuenca da colorido a los bosques escandinavos, y a su sombra crecen el enebro y el brezo que podemos observar en el Desierto de las Palmas, pulmón verde de la ciudad de Castellón. Volviendo a los árboles, perennifolios y caducifolio, se adaptan a unas duras condiciones climáticas: un breve verano y un duro y al tiempo largo invierno. Los perennifolios responden a dos tipos de condiciones totalmente contrarias: los ecuatoriales, a climas donde el árbol no conoce estación limitadora, ni por frío ni sequía y, por tanto, no necesitan desprenderse de la hoja; los mediterráneos y los boreales sufren una estación inadecuada larga, pero la óptima es tan corta que no pueden permitirse el lujo, ni por tiempo ni por energías, de perder la hoja y desarrollar nuevas en primavera. En el mediterráneo, limitan el frío esporádico invernal y sobre todo la sequía estival que dejan una estación adecuada dividida entre primavera y otoño. En el norte, es el oscuro invierno, durante el cual los árboles dormitan. Sí, hay un caducifolio, el abedul, pero de hojas pequeñas, lo que reduce la exigencia.