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La señora Blake

Es probable que una mujer de unos veintitantos años se casara hace poco en North Shields. No sé la razón, pero imagino que lo hizo un sábado por la tarde (la mayoría se casa ese día) y que el picoteo, el baile, los discursos y los brindis se celebraron en una sala polivalente a pocos metros del río Tyne. En esta fabulación, las amigas llevaron pamelas color rosa chicle y sandalias brillantonas. Después del «sí, quiero», a la señora Blake le llovieron pétalos de rosa y granos de arroz. Un amigo del novio se excedió en el lanzamiento y casi le provocó una lesión ocular. Por la noche, al llegar al hotel después del baile y mientras observaba cómo su marido dormía la mona sin haberle concedido la guinda del pastel de la noche de bodas, se sacó un par de granos de arroz de entre los rizos del moño. Mrs. Blake maldijo nuevamente al amigo y, ya que estaba, al inconsciente marido con un sonoro y sentido fuck.

Mientras hacía malabarismos para quitarse el corsé se fijó en el torso desnudo de su marido. Se sentó en el borde de la cama y le observó roncar. Siguió el ritmo cadencioso del roncador profesional (oink largos, seguidos de unos cuantos cortos, colofón final y vuelta a empezar), pasó sus dedos por los bíceps del señor Blake y deseó despertarle. El arrebato duró poco. Se despistó observando los restos del moreno que el hombrecito roncador aún lucía en el brazo. «De su despedida de soltero. No habla demasiado de la fiesta en Benidorm». El sueño le venció. Se tumbó a su lado y se quedó dormida con el corsé a medio poner y los tacones sobre el edredón. Fin de la ficción e inicio de la dura realidad.

La señora Blake se enteró de lo sucedido en Benidorm. Los medios lo recogieron. Me pregunto si mi ficción se convirtió en realidad o si anuló su boda. El pasado mes de mayo, el señor Blake y sus amigotes estaban en la terraza de un hotel de Benidorm cuando les llamó la atención un indigente rubio, de perilla larga y piercing en el labio que deambulaba por las aceras. Pasados de copas, hablaron con él, se echaron unas risas a su costa y poco les bastó para percatarse de que ese pobre hombre, llamado Tomek, era un buen objetivo de divertimento. Alcohólico, sin recursos, necesitado y vulnerable. Le ofrecieron 100 cien con la condición de tatuarse el nombre y dirección del novio. Dinero fácil. Casi una fortuna para el pobre Tomek, a quien se le debió abrir todo un mundo de posibilidades. Pausar la angustia de necesitar dinero para más alcohol, algún bocadillo y quizás una ducha. Y accedió. Tatuaron su piel, le hicieron fotos y, a pesar de ir borracho, no soportó el dolor y pidió parar. El grupo se aburrió y dejó a Tomek en una camilla con el nombre «Jamie» y apellido «Blake» marcados en la frente.

Una pesadilla. Abusadores y un tatuador que accede a la vejación y participa del desmán. Él humillado, avergonzado y desamparado. Una mujer le ha echado un cable y le ha dado apoyo para interponer una denuncia, médicos y seguimiento de su día a día. Deseo que, mes a mes, Tomek construya su propia historia de final feliz. Me gustaría que a Jamie Blake, a sus amigos y al tatuador les quede claro que vulnerar la dignidad de una persona no queda impune. Ni aquí ni en North Shields. A la señora Blake, a la real, le deseo suerte.

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