A la situación actual, por lo que tiene que ver con los megaincendios de las últimas décadas, se ha llegado a través de una evolución social y económica. En ella se han dado una serie de circunstancias que han llevado al caos incendiario actual a nuestras montañas.

Como si de una carrera suicida se tratara, a partir de los años 60 del pasado siglo el desarrollo económico, centrado principalmente en el turismo y la industrialización, llevó a la migración interior. Ello provocó el abandono casi masivo de los cultivos de secano en las zonas de montaña y la práctica desaparición de los ganados y los corrales que los albergaban. Junto con ello, se sustituyó la fuente de energía de la leña y maderas de nuestros bosques para uso doméstico y en ciertas industrias como la cerámica, por la energía eléctrica, el gas o el carbón mineral. También se dejó de utilizar la leña para hacer carbón vegetal o para quemar los hornos de cal. En definitiva, se abandonó masivamente la economía del mundo rural interior y la vegetación recuperó su espacio natural, colonizando bancales y zonas de cereal.

Resultado de todo ello ha sido el aumento exponencial de la biomasa en nuestras zonas forestales, dando lugar a un sotobosque impenetrable. Por si fuera poco, en este nuevo escenario ya de por sí delicado para hacer frente a los incendios, el cambio climático, con la subida de las temperaturas y los más bajos indicies de precipitación, añaden nuevas y terribles variables para explicar los megaincendios que hoy padecemos. Y por si algo faltaba, la errónea ordenación y gestión de nuestras montañas ha permitido la aparición, como hongos, de miles de chalets y casas de segunda y primera residencia en lugares que pueden convertirse en trampas mortales sin salida.

A día de hoy, todo lo que hace esta sociedad frente a los incendios son campañas de sensibilización entre la ciudadanía, e invertir en medios de control, prevención y extinción. En mi opinión, una vez llegados a la situación que he descrito y todos conocemos, no hace falta ser un gran experto para saber que una vez un incendio alcanza una cierta dimensión y combustión, resulta imparable en el contexto de unas montañas abandonadas con una biomasa acumulada inimaginable y con pinares ocupando la mayor parte de las masas forestales actuales.

¿Se puede tener otro plan para prevenir los incendios e impedir que sean megaincendios como los de año 1994 en la Vall d´Albaida, o el de Cortes de Pallás en 2012 que arrasó cerca de 50.000 hectáreas? ¿O los más recientes de la sierra de Espadà, el de Carcaixent, o el que todavía humea por los alrededores de Llutxent i Pinet?

Sobre este último y reciente incendio se comenta que la mayor parte de la superficie quemada eran campos de cultivo de secano abandonados. Si vamos atando cables, y dado que no podemos seguir gastando millones aumentando los medios de extinción (inútiles frente a los actuales megaincendios, y centrado en evitar pérdidas humanas y edificios de viviendas), ni tampoco podemos de momento evitar el aumento constante de temperaturas y las cada vez más escasas precipitaciones, ¿por qué no ponemos el foco en otras variables como el abandono del mundo rural y las explotaciones agrícolas de secano y la ganadería? También porque las montañas actuales tienen otras funciones, centradas en el ocio en la naturaleza y las segundas residencias.

Pienso que tanto a escala local, comarcal como autonómica, se deberían catalogar las zonas donde los campos fueran cultivados de nuevo y apostar por un pastoreo controlado que limpiara el sotobosque. Y esta nueva producción de los secanos y ganados recuperada, que se hiciera con prácticas ecológicas. Por supuesto que no se debería dudar desde las administraciones públicas, en pagar dinero a fondo perdido (no subvenciones) a los propietarios que participaran en este proceso de restitución de parte de la economía de montaña. Y donde no llegara el ganado con su pastoreo, explotar la biomasa acumulada en estas últimas décadas como fuente de energía barata, por abundante y cercana.

No dudo en proponer que los nuevos agricultores de los secanos de nuestras montañas cobren a fondo perdido, porque además de producir alimentos (ecológicos), se podrían ganar un sueldo como cualquier otro funcionario o profesional. Hay que pensar que ellos ayudarían a la prevención de la erosión de nuestras montañas, mantendrían un paisaje rural agrícola que aparece en todos los selfis de los miles de senderistas y cicloturistas que recorren los campos de, pongamos por caso, almendros y cerezos en flor. Permitirían la recuperación del verde de los cereales y disfrutar del pastoreo de los ganados entre el silencio de la montaña.

No creo sea una utopía. O sí, pero mucha gente joven y no tan joven, con las nuevas tecnologías y conocimientos, junto a los posibles sueldos complementarios derivados de su actividad agrícola y ganadera, apostaría por vivir en contacto con la naturaleza en esta nueva función de agricultores ecológicos, jardineros, guardas forestales y agentes medioambientales. Y posiblemente habría sorpresas, ya que en unos años la producción ecológica de secano podría ser rentable y crear con ello nuevos puestos de trabajo. La conclusión podría llegar a ser meridianamente clara: con estas actuaciones de «reconquista» de las montañas, los megaincendios tendrían los días contados. No hablo de los incendios intrínsecos a los ecosistemas mediterráneos que siempre han existido. Unos incendios que la vegetación autóctona y nuestra cultura forestal y agrícola reconocen en sus genes. Dicho esto, ¿hay alguien ahí que quiera sentarse para intentar cambiar la situación de nuestras montañas, y con ello el actual modelo de prevención y extinción de incendios? El actual está obsoleto. Y lo saben.