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Una tregua

El malestar es el motor del mundo. Ese coche que se ha calado delante del mío, cuando el semáforo se ha puesto verde, está recibiendo una pitada monumental de los que se encuentran detrás de mí. Yo permanezco rígido, aferrado al volante, sintiendo vergüenza de la humanidad porque en el coche atascado hay un bebé. Lo pone en un cartel pegado en la ventanilla de detrás: ‘Bebé a bordo’. Observo con miedo la rabia de los que aprietan el claxon. Me crucificarán, pienso, si no me incorporo enseguida al escándalo. Me crucificarán por puro malestar.

Hay gente, mucha, que se quedaría tuerta a cambio de que su vecino se quedara ciego. ¿Cuánta? Ejércitos enteros de hombres, de mujeres, de ancianos y niños harían cola para perder un ojo a cambio de que usted y yo perdiéramos los dos. Hablando de colas, me encuentro ahora en la de la pescadería, donde dos hombres de cierta edad discuten porque cada uno cree que iba delante del otro. Se trata de un establecimiento sin aparato expedidor de números. Tales trastos se inventaron para calmar la ansiedad, para que el personal no tuviera que estar pendiente de quién le había dado la vez. Debería haber en el universo un aparato gigantesco que distribuyera los turnos, para que la gente estuviera más relajada. El enfado del PP con Pedro Sánchez procede en parte de que ha llegado a Moncloa sin pedir la vez.

-Pero la moción de censura es un mecanismo democrático.

-La moción de censura es una mierda. Que hubiera pedido la vez, como Rajoy.

El tiempo atmosférico es un generador de malestar, la tele es una generadora de malestar, la radio, la prensa, las arañas, los mosquitos…, no hay nada ahí fuera que no provoque malestar. Lo lunes fabrican el malestar de los martes; los martes, el de los miércoles; los miércoles el de los jueves, y así de forma sucesiva. Cada día tiene su afán y su mal rollo, quizá su mal rollo y su afán. Propongo a los de La Sexta Noche que un sábado cualquiera los de derechas ocupen las sillas de los de izquierdas y al revés. Y que cada uno haga el ejercicio retórico de defender lo que habitualmente ataca. A ver si nos damos una tregua. Gracias.

Sin desesperación

Me llaman de Buenos Aires para preguntarme por la situación política española y les extraña que me dé pereza hablar. Pero lo cierto es que ellos también se encuentran desganados. Es lo que tienen las enfermedades crónicas, que un miércoles o un jueves cualesquiera te dices hasta aquí hemos llegado, no vuelvo a quejarme de la neuralgia, que se presenta puntualmente a las seis de la tarde. En el Relato de un náufrago, García Márquez contaba que los tiburones acosaban a Luis Alejandro Velasco a las cinco de la tarde, lo que acaba constituyendo uno de los hilos conductores del reportaje, en la actualidad leído como una novela corta. Ahora que nos hallamos despidiendo a Tom Wolf, conviene aclarar que entre nosotros también hubo un nuevo periodismo del que el título citado más arriba constituye un ejemplo singular. Pues eso, que mis neuralgias llegan a las seis de la tarde, que es la hora a la que te llaman de Buenos Aires para preguntarte por la situación política española.

-No sé -les digo buscando un hecho que nos defina sin necesidad de mencionar el fascismo de Torras o la beatería de Oriol Junqueras -No sé, las cosas no están bien.

-¿Pero qué es lo peor? -insisten.

-La falta de horizonte -aclaro.

-Ya -me responden decepcionados, porque la falta de horizonte a un argentino no le dice nada. Ellos se han olvidado de que existía esa línea donde la Tierra comienza a dar la vuelta. Los argentinos, más que dar la vuelta, dan vueltas, como nosotros, que vivimos encerrados con un solo juguete, por citar otro título, en este caso de Marsé, que también practicó el nuevo periodismo en el español.

Cuando cuelgo, esa neuralgia que constituye el hilo conductor de mis tardes se coloca como el parche de un tuerto en el ojo izquierdo y me acerco al botiquín a por la pastilla que aliviará el síntoma sin hacer desaparecer su causa. La neuralgia es un escualo al que le gusta la química como a los tiburones del libro de García Máquez les gustaban los excrementos del náufrago. Cuando, gracias a la química, se coloca entre la realidad y yo una suerte de gasa, empiezo a pensar en España como un argentino en Argentina, o sea, con desaliento, sí, pero ya sin desesperación.

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