No sólo el ser superior, el que existe detrás de la ontología social, despierta en forma tecnológica total, sino que, a la par, le siguen otras dimensiones paralelas. Hoy vamos a verlo en el comportamiento económico, tan dado a mirar hacia arriba y culpar de todos los males de abajo a la voluntad de unos líderes o elites a los que se le supone origen de toda maldad. Reparemos en Georg Friedrich List, uno de los pensadores más destacados del siglo XIX. Nació en 1789, el mismo año de la Revolución francesa. Y defendió que los comportamientos económicos eran más del ser social que del ser individual. Por problemas políticos en Alemania tuvo que emigrar a EEUU, adonde fue en 1825 a buscar fortuna. En EEUU estudió a Alexander Hamilton, el precursor del proteccionismo como norma para evitar la competencia exterior, en unos tiempos en los que aquella nación empezaba a prosperar. La idea de List de que los comportamientos económicos son mejor estudiados en forma social, le hizo proponer el «Zollverein», una especie de unidad económica alemana. Marx, en el siglo XIX, el mismo en el que List, en su primera mitad, luchaba por la unión económica capitalista, proponía algo parecido, pero pensando en la dictadura estatal de la economía.

La historia de la economía política moderna, arrostrada por los filósofos liberales, de un lado, y los colectivistas y keynesianos por otro lado, está conformada, sobre todo, por los intereses de los principales países anglosajones en contra de los intereses de los países continentales. Es así que List se empeñó en fortalecer la escuela de pensamiento económico-político contraria al liberalismo de Adam Smith. Entendía que detrás del libre comercio, catapultado por los anglosajones, había un interés: «Para cualquier nación que, por medio de medidas protectoras y restricciones a la navegación, haya elevado su poder industrial y su capacidad de transporte marítimo hasta tal grado de desarrollo que ninguna otra nación pueda sostener una libre competencia con ella, nada será más sabio que eliminar esa escalera por la que subió a las alturas y predicar a otras naciones los beneficios del libre comercio, declarando en tono penitente que siempre estuvo equivocada vagando en la senda de la perdición, mientras que ahora, por primera vez, ha descubierto la senda de la verdad» (escribía en «Das nationale System der politischen Ökonomie», 1841). No obstante, List contraponía los intereses individuales, nutridos del egoísmo, a los intereses colectivos, que miraban más por el bien común, y de ese esquema antitético sacaba sus conclusiones acerca de que el orden económico debía ser colectivo. Lo mismo que hizo luego Marx, pero cargando culpas en la lucha de clases.

List lo razonaba así: «La esclavitud puede ser una calamidad pública para un país; sin embargo, a algunas personas les puede ir muy bien en el ejercicio de la trata de esclavos y en la posesión de ellos», o bien: «Los canales y los ferrocarriles pueden hacer mucho bien a una nación, pero todos los carreteros se quejarán de esta mejora. Cada nuevo invento tiene algún inconveniente para cierto número de individuos y, no obstante, ser una bendición pública». Todavía hoy día seguimos viendo muchísimos ejemplos parecidos. List llegó a ver, no obstante, que una cierta y moderada regulación estatal se hacía necesaria, pero, a su vez, debía limitarse: «Es una mala política regular todo y promover todo mediante el empleo de fuerzas sociales, cuando hay cosas que se pueden regular mejor por sí mismas y pueden ser promocionadas por el esfuerzo privado; pero no es menos mala la política dejar a su aire aquellas cosas que únicamente pueden ser promovida a través de la interferencia del poder social». List fue profético en ese devenir económico de las naciones. Éstas se unían universalmente con sus pueblos, y esa unión comercial generaba una paz perpetua, pero: «el resultado de un libre comercio generalizado no sería una república universal, sino un sometimiento universal de las naciones menos avanzadas a las que dominan en manufactura y en poder comercial y naval».

De esta forma, List defendió siempre que para alcanzar una república universal, habría de ser formada por una serie de naciones todas con un mismo grado de industrialización y civilización política, y en ese caso, sólo en ese caso, estaríamos ante una unión económica de naciones justa y ventajosa para todos. ¿Cómo lograrlo?: «El sistema de protección, en la medida en que constituye el único medio de poner a las naciones que están muy lejos de la civilización en igualdad de condiciones que la nación predominante, parece ser el medio más eficaz de fomentar la unión definitiva de las naciones, y por lo tanto, de promover la verdadera libertad de comercio». List miró hacia la nación más poderosa y manifestó: «Una nación actuaría imprudentemente tratando de promover el bienestar de toda la raza humana a expensas de su fuerza, bienestar e independencia particular. Es un dictado de la ley de auto-conservación hacer que sus avances particulares en poder y fortaleza sean los primeros principios de su política». En fin, List se fijó en la dinámica de la economía entre las naciones, y entre éstas reparó en si eran más o menos desarrolladas: «Me di cuenta de que la teoría popular no tenía en cuenta las naciones, sino a toda la raza humana, por una parte, o al individuo por la otra. Vi claramente que la libre competencia entre dos naciones que son muy civilizados sólo puede ser de beneficio mutuo en caso de que ambas estén en una posición casi igual de desarrollo industrial, y que cualquier nación que a causa de ciertas desgracias esté detrás de otras en industria, comercio y navegación ... debe ante todo fortalecer sus poderes individuales, con el fin de estar en condiciones por sí misma de entrar en libre competencia con naciones más avanzadas. En una palabra, me di cuenta de la distinción entre economía política y cosmopolita». Como todo sistema es cíclico, y su progresión evolutiva siempre se parece a la de las gráficas del «chartismo» en bolsa, subida continua en forma de sierra, hoy en día nos encontramos en un estadio más avanzado del que vivió List, y las naciones progresan entre fuerzas centrípetas (estados de independencia) y centrífugas (estados de imperialismo), de forma que el caldo sigue tomando cuerpo planetario, y el proteccionismo es una de las medidas, como la de las fronteras, que surgen para tensionar y hacer, o bien que todo se atomice, o bien que un imperio descuelle y fagocite al resto. Por eso es tan importante el neoproteccionismo norteamericano que ha puesto en guardia al chino y al ruso, de forma que han despertado a la bestia, que surgirá entre ellos, porque Europa tiene sus días contados con tanta pusilanimidad y falta de sangre a causa de dejarse arrastrar por políticos que cambiaron la culpa y el silicio católicos por lo políticamente correcto, prestos a arrojar el valor por la ventana de la historia.