Estamos en verano, tiempo seco y soleado en nuestras latitudes, tiempo de vacaciones y también tiempo ideal para los amores impulsivos, los encuentros apasionados y la ilusión o el espejismo del enamoramiento ¿Se han preguntado cuántas veces decimos en verano aquello de «Te quiero»?

No es que quiera amargar la fiesta a nadie ni poner unas gotas de angostura a sus amores; tan solo se me antoja que muchos de ellos serán o se convertirán en te quieros de arena que no aguantarán las primeras lluvias del otoño. Así las cosas, la pregunta que se me antoja formular es si vale la pena ese tipo de enamoramientos, especialmente entre los adolescentes, que son los más proclives, y las personas con carencias afectivas, que son los más necesitados. Mi respuesta es un sí rotundo. Vale la pena enamorarse una y mil veces, aunque la vida nos separe después del objeto de nuestros amores y la única precaución que debe tomarse es la de disfrutar de las situaciones mientras duren, sin angustiarse por lo que pasará mañana y sin reproches si las cosas no salen tan bien como prometían.

Estoy convencido de que los males de amores son una notable fuente de inspiración literaria y que muchas de las mejores páginas de la literatura universal no existirían sin una cierta desesperación por la ausencia del amado/a pero, permítanme que me desentienda de recomendarles que, si llega el caso, se retiren a un rincón oscuro para lamer sus heridas amorosas y lamentar sus desengaños. Frente a esa postura, enormemente destructiva y escasamente gozosa, les propongo que asuman su pasado con todas sus consecuencias, que revivan los momentos felices y se alegren de haber vivido lo que vivieron. No le reprochen al ser amado su inconstancia o el haberse ido, agradézcanle el tiempo compartido.

Es cierto que no podemos echar de menos lo que no tuvimos y alguno me responderá que el vacío que dejó ese amor absoluto que sintiera en un momento dado de su vida era demasiado hermoso como para poder vivir sin añorarlo y, en consecuencia, haberlo perdido es lo peor que podían imaginar. Recuerdo una historieta gráfica de El Roto, cuando firmaba con OPS, en la que hablaba de un pobre marinero al que un hombre rico recogía de la calle y hacía disfrutar de todos los placeres y comodidades imaginables para devolverlo, al día siguiente, al lugar de partida. Aquél marinero guardaba un puñal en su pecho para asesinar a quien le había dado todo para devolverle a la nada.

No, los amores de arena no pueden ser amargos sino dulces recuerdos de experiencias que nos hicieron crecer como personas porque nos hicieron salir de nosotros para entregarnos a otro/a. Disfruten de cada momento y guárdenlo en su memoria pase lo que pase a continuación.