La frase sugiere que se encuentran abajo, en los llamados bajos fondos. No es del todo exacto. Las cloacas también se encuentran arriba como lo están mostrando los sucesivos casos de abusos, robos, estafas, fraudes fiscales, desfalcos, timos que han poblado los medios y las redes en estos años españoles. No es solo España ni es solo ahora. Vaya, lo que no es más que un supuesto casi sin tocar a Cataluña, ni solo Papeles de Panamá o Paraíso.

Las cloacas de arriba son una constante en la historia. No todos los allí situados son ladrones, pero haberlos, haylos. No tienen nada que ver con el mercado, la libre competencia y demás fábulas que se explican en las facultades de Economía (a veces ideología con fórmulas matemáticas, como decía el economista Varoufakis) y que solo se aplican a las pymes.

Dichas cloacas guardan alguna relación con las cloacas de los bajos fondos: contrabando de armas y personas, narcotráfico, comercio ilegal en general y, ahora, corrupción a gran escala (la corrupción dinosaurio, no la corrupción mosquito, que es cosa de los intermedios).

Las cloacas de arriba aparecen con más fuerza (en países centrales, no sé si se aplica a los periféricos) en momentos de crisis, de pánicos bancarios, depresiones económicas. Pienso en la Gilded Age en los Estados Unidos entre 1878 y 1889. O en los turbulentos años 20. Casi se puede decir que, a río revuelto, ganancia de pescadores. Pero hay más.

Es difícil sustraerse a la impresión de que estas explosiones y exposiciones de la cloaca superior tienen que ver con momentos de aumento de la desigualdad social. Algunos, situados en la cúspide de la escala social, suponen que allá abajo o no se van a enterar o no tienen capacidad de reaccionar ante sus latrocinios. Se sienten inmunes y, por tanto, actúan en consecuencia. Saldrán impunes. Casas reales, familias de financieros (como los Pujol en Cataluña o los Rato en España), sagas de empresarios estarían en este apartado.

El comportamiento de esa cloaca no creo que extrañe mucho a sus compañeros de clase social. Se trata de caballeros, lo hacen con estilo y, a veces, reparten su botín con otros de su mismo estatus. Tampoco tiene que extrañar a los bajos fondos, la otra cloaca. Hay una alianza que va mucho más allá que la supuesta conciencia de clase que, aunque no venga en el manual marxista de catecismo, es más frecuente arriba que abajo (para los de abajo se deja el nacionalismo, eso de que estamos todos en el mismo bote y que debemos ajustarnos a nuestras posibilidades).

El lenguaje de ambas cloacas tiene elementos en común. La corrección (lingüística, de buenas costumbres y de educación) se deja para los mindundis en ascenso y, en general, para los que se encuentran entre ambas cloacas. En privado abundan, en las cloacas, las groserías y los comentarios del tipo «quisiera ser tu támpax» con que el heredero del trono del Reino Unido -no sé si llegará a reinar, pero esa es otra historia- dirigía por teléfono a su amante, que todavía no era su esposa según la ley. En público, utilizan su educación como un consumo ostensivo más con el que marcar las distancias con el resto de los mortales, mindundis sometidos al imperio de la ley.

Por eso son curiosos los casos en los que estos comportamientos salen a la luz y son perseguidos policial y judicialmente. ¿Chivos expiatorios, quizá, para cambiarlo todo para que todo siga igual? Es posible. Pero no lo sé y, para mi desgracia, es eso precisamente lo que hay que explicar: cómo es posible que comportamientos que forman una constante en determinados grupos sociales solo salen a la luz de vez en cuando y en manadas. Entre el ruido generado por varios escándalos y el ruido generado por los escándalos de la ola anterior, hay silencio. Pues eso es lo que hay que explicar: las olas. Los silencios son fáciles de entender: aunque no parece que sea cierto que «la ideología dominante es la ideología de la clase dominante», sí es razonable suponer que los que mandan, además del interés general tienen el interés propio y «después de mí, el diluvio». Tal vez, entonces, no sean un tipo particular de chivo expiatorio: se trata de impedir que el resorte se estire tanto que acabe rompiéndose. Y eso, para esa cloaca, sí que sería grave. Así que habrá que echarles carroña a las supuestas fieras para que se entretengan y no vean lo anterior.