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Matías Vallés

El otoño del atentado

Desde el 11 de septiembre de 2001 incluido, todos los atentados llevados a cabo por el terrorismo islámico se hubieran podido evitar. A la vez, las matanzas en nombre de Alá evidenciaron siempre errores fácilmente subsanables de coordinación policial. Esta constatación involucra a países tan diversos como Rusia, Indonesia, Francia o España, donde el 11M que conmemoraba la carnicería neoyorquina se vio facilitado por la estanqueidad de la Policía y la Guardia Civil.

Por tanto, es entretenido pero estéril concentrarse con avidez en la ensalada de Mossos, CIA, CNI o Policía que no pretende tanto desentrañar los atentados de Cataluña como asignar culpas, desde el apriorismo que ha gobernado el Madrid-Barça trasladado a la política. Se podrían extraer conclusiones colaterales que invitan a la modestia. Por ejemplo, que a menudo los confidentes son más inteligentes en la utilización de la policía que viceversa. Por desgracia, esta sabia deducción se repite también en todos los atentados cometidos desde el 11S etcétera etcétera.

La particularidad de la matanza iniciada en Las Ramblas no atiende tanto a su preparación y desarrollo como a sus secuelas. Sin precedente en suelo español desde 2004, desapareció de la actualidad a una velocidad de vértigo. No solo por la excelente operación de los Mossos, que exterminaron a los miembros del comando en estricta aplicación de las normas europeas sobre la actuación contra asesinos islamistas. Sobre todo, la sangre se secó con rapidez porque el independentismo que no independencia ahorcó cualquier debate subyacente.

La subordinación de los atentados a las relaciones entre Cataluña y España se ha mantenido incólume hasta la celebración, término académicamente impecable, del primer aniversario de la tragedia. Al igual que el 11S viene medido y absorbido por la guerra de Irak, o el 11M por la llegada de Zapatero al poder tres días después, el comentario de Las Ramblas siempre desemboca en las urnas chinas aparecidas por arte de magia. El eclipse de la mortandad islamista, para centrarse en el narcisismo de las pequeñas diferencias patrióticas, es el único punto de acuerdo entre nacionalistas españoles y catalanes. Dado que se ha predicado la violencia de procesos políticos radicales pero pacíficos, donde se apunta a décadas de prisión para políticos que no han causado un rasguño a sus semejantes, ¿qué grado de violencia corresponde a los atentados de Barcelona y Cambrils?

El atentado viene definido por su otoño, absorbido por el tsunami del referéndum convocado a menos de un mes de distancia. Desde el punto de vista militar que predica Isis, el Estado Islámico se ha debilitado en Asia hasta el límite de la extinción. En Europa, el new normal de un atentado cada quince días ha sido sustituido por carnicerías de bolsillo que no colaboran a reducir el pánico, pero tampoco cuadran de momento con el apocalipsis vaticinado tras el retorno de los combatientes en Siria. Por supuesto, los terroristas solo necesitan acertar una vez, los Estados no pueden permitirse un solo fallo.

La uniformidad casi reglamentaria en el desarrollo de los atentados islámicos obliga a denunciar las excepciones aireadas en la investigación de la matanza de Cataluña. En todas las acciones programadas por Isis o Al Qaeda, que protagoniza un curioso renacimiento con un hijo de Osama Bin Laden al frente, el nihil obstat para el crimen fue concedido una semana antes en un enclave a cierta distancia de la diana, a fin de minimizar los riesgos.

El control centralizado de las matanzas tuvo lugar incluso en presuntos lobos solitarios, tales que el conductor del camión que arrasó el paseo marítimo de Niza. Por tanto, es más que probable que la acción en Cataluña fuera coordinada desde el extranjero, por mucho que los investigadores persistan en ignorar la paternidad disciplinada que caracteriza al islamismo violento. Eso sí, la omisión del cordón umbilical puede evitar el afloramiento de incómodas conexiones entre los funcionarios y sus soplones.

El héroe de la gestión de los atentados fue el mayor Trapero. No solo ejecutó a los autores con mayor presteza y determinación que Obama al citado Bin Laden. Su estampa tranquilizó a la sociedad, muy por encima de la comparecencia tardía de Rajoy, "he venido en cuanto he podido". El presidente del Gobierno ni se dignó telefonear a Ada Colau, en una dejación de responsabilidades que pagaría cara en el otoño de los atentados. El jefe de los Mossos no defendía a Cataluña, ni siquiera teóricamente. Consolidaba al Estado contra el que se le acusa de haber atentado simultáneamente. Será un campeón del contorsionismo.

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