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Javier Cuervo

Tres tristes tópicos

De las gilipolleces que los famosos aprenden a repetir, quizá la más tonta sea la de "vivir cada día como si fuera el último de mi vida". Conocí personas cuya vida terminó muy pronto por vivir cada día como si fuera el último. Conviene dejar algo para el día siguiente. Para saber eso es preciso pensar, siquiera un poco.

Cuando cantantes jovencitas, actores motivados y treintañeros que trabajan en actividades del capitalismo agresivo dicen la frasecita suelen acompañarla con una guarnición de emociones y sensaciones sucesivas y a buen ritmo para llenar todo el lapso que tarda la Tierra desde que el Sol está en el punto más alto sobre el horizonte hasta que vuelve a estarlo.

Esa capacidad de sentir y entender tiene más que ver con la vida de los primeros días que con la de los últimos. Cuando tienen por su cabeza, los bebés van en la silla como vigías, absorbiendo el mundo por los cinco sentidos. Dudo que nada iguale la intensidad de los primeros días, ni de los primeros años, por eso en la adolescencia hace falta subir tanto la dosis y pagar la entrada al parque de atracciones donde se viven catástrofe sin muerte: caídas libres sin impacto, subidas y bajadas al tris del accidente, giros, saltos, vuelos que equivalen en un cuerpo adulto a las volandas que hacen reír a los bebés en los brazos de los padres.

También se ha traslado al estilo testimonial y egotista de las redes sociales otra gilipollez que no da tanto asco como la de "sentir mariposas en la barriga" que define el enamoramiento (mariposas aleteando agónicas abrasadas por los jugos gástricos) y es la de vivir "en una montaña rusa emocional" como si pasar de la euforia a la tristeza, rápidamente y con frecuencia, molara, en lugar de ser una enfermedad mental grave y desgraciada.

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