Se trata de un mar que aunque se encuentra en latitudes medias de nuestro planeta en verano toma características de temperatura de la superficie que bien podrían tratarse de un mar de latitudes tropicales. Este año desde los satélites se han medido temperaturas de la superfice que han llegado a superar levemente los 30ºC mientras que a 1,5m de profundidad la boya del golfo de Valencia medía 28,4ºC. Ambos son registros cálidos cuyos valores han saltado a la palestra mediática, pero, ¿cómo influyen estas anomalías cálidas en el tiempo que nos encontramos día a día?

El agua del mar funciona como un acumulador de energía, a lo largo de los meses de primavera y verano durante los días más largos del año va subiendo de temperatura a la par que suaviza el clima de las zonas litorales con el mecanismo de brisa, no obstante a estas alturas del año con los días ya más cortos, la temperatura del agua del mar empieza a ser bastante más similar a la que tenemos tierra adentro, por lo que las brisas diurnas decaen en intensidad y extensión y el mar ya no puede tomar mucha más temperatura. Las señales de que se acerca el otoño suelen ser inequívocas a finales de agosto o principios de septiembre, aunque este año parece ser que las tormentas mediterráneas que anuncian la proximidad del otoño han llegado un poco antes. Queda aún verano, pero tener una anomalía cálida en la temperatura del mar; aunque no nos garantice lluvias per se, sí que ayuda a que la energía acumulada en exceso en el mar funcione como un elemento potenciador de las situaciones que se produzcan. Cuanto más contraste exista entre la superficie y las capas altas de la troposfera mayor será el potencial para producir lluvias intensas, existen muchos otros factores, pero esta diferencia también se puede dar en meses de invierno con un mar relativamente frío como ocurrió en diciembre de 2016.

Un ejemplo claro del papel del agua del mar está en la diferencia entre cuando nos cruzan colas de frente en verano como estos días, que son suficiente para disparar episodios de inestabilidad considerable en nuestro entorno marítimo, en comparación a cuando se da esta misma situación en primavera. Con el agua fresca en el mar las tormentas en primavera solo tienden a crecer en las zonas montañosas, mientras que en el Mediterráneo no se activa precipitación alguna.

El otoño es la estación en la que estadísticamente tenemos los registros más altos de precipitación en buena parte de la vertiente mediterránea peninsular. La razón es porque es cuando los temporales de levante en caso de producirse son más efectivos. De esta manera podemos concluir que en caso de darse con una anomalía cálida en el mar Mediterráneo y que coincida con la génesis de algún temporal de levante, la energía extra que almacene el mar contribuirá a que los efectos del temporal sean mayores.