Estoy en plena lectura del gran libro Ordesa, de Manuel Vilas, en el que el autor rememora en uno de los pasajes el miedo incontrolable de su madre a las tormentas, que la llevaban a esconderse de manera compulsiva en los armarios o debajo de la cama. Me ha recordado otros casos similares de los que he sido testigo a lo largo de mi vida, que no se cuentan precisamente con los dedos de las manos. Viejos amigos de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) saben de lo que hablo: personas que llamaban diariamente (o lo siguen haciendo) a los centros meteorológicos para saber si hay riesgo de tormenta y que, cuando se desencadena una de ellas, sufren verdaderos ataques de pánico. Ese impulso incontrolable de esconderse durante una tormenta, debajo de la cama o en lugares cerrados y aparentemente más seguros, afecta a muchas personas. En algunos casos y circunstancias, evidentemente, se trata de un miedo irracional, pero en otros, lejos de ello, el temor se debe a las experiencias de la vida, a hechos de los que se ha sido testigo y causan un verdadero trauma, de la misma forma que puede suceder con los accidentes de tráfico. Tengo amigos que deben sobreponerse y hacer un verdadero esfuerzo cada vez que tienen que subir a un coche tras haber sido víctimas de un accidente, a pesar de que afortunadamente lograron sobrevivir. En sus estadísticas anuales, el entonces llamado Servicio Meteorológico Nacional (SMN), antecesor de la actual Aemet, publicaba hace tiempo los fallecidos por caídas de rayos en España, y las cifras sorprenderían a muchos, ya que había años que se superaba el centenar. Las tormentas constituyen un peligro por sí mismas, y al margen de ese pánico irracional que afecta a algunos, todos deberíamos ser conscientes del riesgo. La probabilidad de que nos alcance un rayo (directa o indirectamente) es tan impredecible y aleatoria que resulta imposible saber dónde van a caer. Precisamente, al escribir todo esto no puedo olvidar que el próximo domingo, 26 de agosto, se cumplirá el primer aniversario de la muerte del valenciano José Luis Sinisterra, un joven solidario de origen turolense, querido por todo el mundo y considerado una institución en el ámbito del deporte (véase Levante-EMV del 28 de agosto de 2017), fallecido en la provincia de Teruel al caerle un rayo cuando circulaba con su bicicleta y se desencadenó repentinamente una intensa tormenta de la que no consiguió escapar.