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Talento literario

Caminaba por el parque intentando recordar unos versos de Juan Gil Albert, pero no me llegaron hasta que mis pies comenzaron a producir endecasílabos sobre la dura tierra. El poema decía así: «¿Quién no se ha puesto un día una guerrera / de húsares, azul, un quepis negro / con un aigret flamante, y las espuelas / con que el caballo vals galopa firme / dentro de los espejos fugitivos / y cual viento de mayo se ha lanzado / a la ocasión que pasa, al dulce atisbo / de la aventura errante, para luego / llorar amargamente sobre el rastro / de una estrella fugaz?».

Hay versos para todas las ocasiones de la vida, incluso para todas las ocasiones de la muerte. Recordemos el epitafio de Rilke: «Rosa, oh contradicción pura / voluptuosidad de no ser el sueño de nadie / bajos tantos párpados». No sé qué se entiende exactamente por una retirada a tiempo, pero la poesía es un excelente refugio para las épocas de turbación personal o colectiva. Lo decía muy bien Jaime Gil de Biedma en De vita beata: «En un viejo país ineficiente, / algo así como España entre dos guerras / civiles, en un pueblo junto al mar, / poseer una casa y poca hacienda / y memoria ninguna. No leer, / no escribir, no pagar cuentas / y vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia».

Qué diferencia entre el poema de Juan Gil Albert, que habla, al menos en los primeros versos, del atractivo de lo heroico, y los de Biedma, que renuncian a cualquier clase de epopeya. ¡Y qué verdaderos los dos, los dos poemas! Ambos, por cierto, para todas las edades: para aquella en la que se corre detrás de las banderas y para aquella otra en la que se corre delante, huyendo de la peste que dejan. En cierta ocasión, un club de escritores jóvenes me invitó a dar una charla en su sede. Les dije que un club de escritores jóvenes era tan absurdo como una asociación de novelistas viejos. Todo escritor joven debe tener algo de viejo y todo autor viejo debería tener algo de joven. Todo escritor que se precie debería tener, incluso, algo de muerto. Esa unión de contrarios es la que necesitamos ahora mismo en ámbitos tan alejados de la literatura. ¿Resultaría posible? Sí, pero con cantidades ingentes de talento literario y de sensibilidad poética.

Wisconsin y Pamplona

Acudí al tanatorio donde reposaban los restos de mi amigo R. para dar el pésame a su esposa. No había mucha gente y tuve que quedarme más rato del que marca el protocolo. El grado de amistad que se tuvo con el recién fallecido se mide por el tiempo que permaneces junto sus deudos. Mi amistad con R. no exigía más de 20 minutos. Menos, habría resultado feo; más, impertinente. Pero hube de permanecer allí un buen rato porque, luego me di cuenta, era la hora de la siesta. La gente no pasa por las capillas ardientes hasta la caída de la tarde. El caso es que, hablando con la viuda de esto y de lo otro, me reveló la última frase de finado, segundos antes de expirar. Dijo:

-Preferiría haber sido de Pamplona.

-¿Cómo dices? -pregunté con asombro.

-Preferiría haber sido de Pamplona -repitió ella.

Mi amigo había nacido en Cádiz, pero llevaba viviendo en Madrid toda la vida. Ignorábamos si había tenido relaciones con Pamplona, aunque parecía que no. De hecho, según su viuda, jamás había viajado allí.

-Que tú supieras -aventuré imprudentemente.

Me miró como si yo fuera depositario de un secreto, y enseguida cambió de conversación.

Yo no era depositario de ningún secreto, pero se me ocurrió que R. hubiera mantenido alguna relación extramatrimonial relacionada con aquella ciudad. Somos tan complicados que cualquier cosa es posible.

-Yo creo -concluyó finalmente la viuda- que dijo Pamplona como podía haber dicho Wisconsin.

-Suena mejor "preferiría haber sido de Wisconsin" -añadí yo por decir algo.

En esto, empezó a llegar gente y encontré el modo de largarme. De largarme físicamente, quiero decir, pues anímicamente continuaba allí, obsesionado por la frase última de R. Preferiría haber sido de Pamplona. Ya en casa, me senté frente a la tele y me quedé dormido. Al poco, mi mujer me despertó para decirme algo. Pero antes de que ella pudiera hablar, dije yo: Preferiría haber sido de Pamplona. Ella me observó con extrañeza y no se creyó mi explicación.

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