La historia está llena de fechas. Algunas se recuerdan, se celebran, año a año. Otras no. La historia está llena de letras. Algunas se convierten palabras mayúsculas, sirven para plagar libros, enciclopedias, artículos de prensa. Otras no. Otras acaban construyendo palabras pequeñas, palabras minúsculas, de esas que parecen no tener importancia, de esas que parecen fáciles de borrar. Y sin embargo, tozudas, se empeñan en volver, en (de) mostrarnos que Juan Negrín, el último presidente de la II República, tenía razón. Resistir es vencer.

Hablemos, pues, de fechas. El veinticuatro de agosto de 1944 París fue liberado y con letras capitales empezó a escribirse el fin de la segunda guerra mundial. Pero antes de ese jueves de agosto hubo un sábado de mayo en el que ciento cincuenta españoles embarcaron en el Franconia, en África, junto a otros soldados del ejército de la Francia Libre. No sabían adónde les llevaría el viaje, pero sí el por qué lo emprendían: si lograban vencer a Hitler, Franco sería el siguiente. El buque atracó en la desembocadura del río Clyde, en Greenock y los pasajeros desocuparon el barco sin saber que el cuatro de agosto pisarían la fría arena de la playa de Utah, en Normandía.

Hablemos, también, de las letras que forman palabras minúsculas. Del mono Saud, que en el desierto hacía la instrucción con un rifle tallado en madera, como uno más de los hombres que se habían enrolado a la Legión para huir de los campos de concentración franceses y decidieron después formar parte del grupo que había creado el general Leclerc. De la plaga de saltamontes que les sorprendió al subir por las escalerillas del Franconia, ese sábado. Algunos pensaron que era un mal augurio, pero al pasar por el estrecho de Gibraltar y ver su tierra a lo lejos, a los ciento cincuenta se les olvidó el mal fario. ¡Mirad! Se ve Sierra Nevada, gritó uno, y muchos se pusieron a silbar el himno de Riego mientras apartaban las lágrimas con sus manos curtidas en demasiadas batallas. Tampoco sabían que el primero en morir sería Andrés García, un siete de agosto. Ni que Amado Granell, de Burriana, entraría antes que nadie en el ayuntamiento de París, al caer esa noche de verano, y se toparía con el periodista Pierre Crenesse que retransmitía para todo el país. «C´est un française de cep pur, venu de très loin pour libérer la mère patrie», le dijo Crenesse. Y Granell, que no era el único valenciano en formar parte de La Nueve, le respondió: «Señor, soy español».

Ignoraban también que la madrugada del veinticuatro al veinticinco de agosto cantarían ay Carmela y A las barricadas por las calles de París mientras las campanas de todos los campanarios de la ciudad les daban la bienvenida. Desconocían que la tarde siguiente un maestro jubilado se colaría en la embajada española en París y colocaría en el balcón la bandera republicana, los mismos colores que ondearían el cinco de mayo de 1945, tres días antes del fin de la guerra, en Berchtesgaden,el Nido del Águila, el último refugio de Hitler. Y sobre todo, no sabían que sólo dieciséis de aquellos hombres que habían desfilado junto a los oficiales de la Francia Libre por los Campos Elíseos con sus carros de combate bautizados con nombres españoles, seguirían vivos entonces y serían después borrados de la historia, durante setenta años. Todos.

Pero de lo que sí estaban convencidos, seguro, es de que sus nombres estaban escritos con letras que eran como ellos. Grandes. Tercas. Tan obstinadas que han sobrevivido al olvido. Que han esperado a que la periodista Evelyn Mesquida les devolviese la voz y les cambiase el formato de la tipografía. Que han esperado a que Anne Hidalgo, hoy alcaldesa de París, les retornase los honores.

Amado Granel afirmó en la única entrevista que concedió que no pedía nada. «Si acaso el respeto a tantos españoles heroicos y desconocidos!, dijo.

Eso, respeto a su memoria, y también agradecimiento por su grandeza, es lo que va a demostrar la Generalitat Valenciana con su primera participación institucional en los actos de conmemoración de la liberación que tendrán lugar hoy, esta tarde, en París, setenta y cuatro años más tarde de que aquellos españoles hicieran cierta aquella otra frase de Negrín. Mientras hay espíritu de resistencia, hay posibilidad de triunfo. Resistir, vencer.