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Guerra a los estereotipos

Si no ha oído hablar de ella y alguien le regala un libro de Chimamanda Ngozi Adichie es posible que, hasta que logre retener el nombre, ponga cara de extrañeza. Piense que es el mismo efecto que producirá en un costamarfileño enfrentarse a la firma de Antonio Muñoz Molina la primera vez que le salga al paso. Contra eso también combate, contra los estereotipos, esta narradora nigeriana con pasaporte estadounidense, entre cuyos continentes alterna vivencias. Buena parte del aterrizaje durante el viaje iniciático a Filadelfia a los diecinueve años, a fin de integrarse en la facultad de Comunicación y Políticas por la que fue becada, se lo pasó deshaciendo entuertos: que si no todos los negros vienen de la esclavitud; que si hablo así de bien inglés porque en mi país, al ser idioma oficial, se da de cojón de pato; que si África no es una unidad de destino en lo universal y que, a ver si nos situamos, todos sus habitantes no son pobres.

Sin ir más lejos, Adichie se crió en Nsukka, en el seno de una familia de clase media cuyos padres trabajaban en el campus, por lo que, cuando mutó de hemisferio y empezaron a tratarla como un espécimen exótico, le cambiaron la vida al convertirse aquello en una fuente inagotable de inspiración, en la munición requerida por alguien que se había dado a la escritura desde la más tierna infancia. Ese choque es la base de Americanah, la obra que la consagró. Sus 600 páginas se beben. Al sobrepasar las veinte primeras se avergonzará del rictus de pazguato que le puso a quien se la regaló. El estilo sencillo, sugerente y endiabladamente dinámico lo envolverán. Eso y la enseñanza que arroja. Lo fácil que es ser mujer, negra e inmigrante cuando se tienen los conceptos claros y se utiliza el sentido común y lo difícil que resulta. No hay más que ver las contradicciones en las que cae al respecto nuestro gobierno progresista porque, del anterior, mejor no hablar. Y del resto de europeos, madre mía. Sin embargo, y tras implicarse por ese fin, la escritora se ha convertido en un referente. Es el poder, pero de las historias.

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