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Matías Vallés

Los pobres votan a la extrema derecha

Marine Le Pen dobló a Emmanuel Macron en votos entre los franceses sin estudios, en la primera vuelta de las presidenciales del año pasado. En cambio, el ganador multiplicaba por cinco a su rival de extrema derecha entre la población con estudios universitarios. No hay ningún francés inculto pero, aquellos que no han sustanciado su natural savoir faire en los oportunos diplomas, se inclinan hacia el Frente Nacional.

Jérôme Fourquet, directivo del prestigioso instituto demoscópico Ifop, demuestra en su ensayo La nueva brecha que la alineación de las personas en situación precaria con la extrema derecha no es un fenómeno exclusivamente francés. Las elecciones galas, las austriacas, las holandesas, el brexit y la ascensión de Donald Trump confirman que los votantes con menos recursos y estudios se desplazan hacia las posiciones asociadas con el conservadurismo radical. Reniegan del izquierdismo que se les daba por descontado en otras épocas.

En las presidenciales de Austria, el derechista radical Norbert Hofer doblaba al ecologista Alexander van der Bellen entre los votantes con estudios primarios. En cambio, el candidato verde cuadruplicaba a su rival entre los licenciados universitarios. La polarización por estudios se traslada a convocatorias de alto voltaje como el brexit. Cuatro de cada cinco británicos sin estudios votaron a favor de la salida de la Unión Europea. La proporción decrece conforme aumenta la titulación, y más de la mitad de los graduados universitarios apostaban por mantener el vínculo.

La extrema derecha europea ha consumado el sueño de José Antonio Primo de Rivera, que lamentaba el escaso eco de sus ideas entre los trabajadores vestidos con monos del mismo color azul de los falangistas. En las legislativas de Holanda, donde Geert Wilders se convirtió en el candidato europeo que más veces ha sido tildado de xenófobo, su partido doblaba al centroderecha del primer ministro Mark Rutte. Entre los holandeses con diploma, la relación se invertía en un seis a uno para los liberales.

Los datos comparados apuntan a una correlación entre nivel de estudios, ingresos, residencia en entornos degradados y voto a la extrema derecha. La sorprendente victoria de Donald Trump se adapta a estos patrones. Perdedor en los Estados costeros, superaba la mitad de los votantes por debajo del título de bachiller. En cambio, solo recibía el respaldo de uno de cada tres graduados universitarios. Por tanto, el presidente estadounidense ajusta el mensaje a su público, sin perder el tiempo con californianos o neoyorquinos.

Los pobres, en todos los sentidos, votan a una extrema derecha cada vez mejor implantada en Europa. Dos de cada cinco obreros se decantaron por Le Pen en la primera vuelta de las presidenciales francesas. Mélenchon, que sería el candidato oficial de la izquierda radical, se quedaba a catorce puntos del 39 por ciento alcanzado por el Frente Nacional. Sumando todas las candidaturas progresistas, incluidos los socialistas, quedaban a distancia del apoyo explícito a la extrema derecha.

La clase obrera, identificada antes por su afluencia económica que por las condiciones de su desempeño laboral, ha saltado del comunismo a las marcas de la extrema derecha. El porcentaje de obreros que vota al Frente Nacional supera ya a la cuota obtenida por el Partido Comunista francés en los años sesenta. El desplazamiento ha sido constante en los últimos treinta años. Gracias a esta ebullición, Marine Le Pen ha duplicado ampliamente las cifras de su padre Jean-Marie.

La decepción causada por gobernantes de izquierda explica el tránsito del comunismo al ultraderechismo, entre las capas más desfavorecidas de la población. Sin embargo, el desapego coyuntural ante las promesas incumplidas por Mitterrand o Hollande se suma a factores de mayor calado. Fourquet habla de «mutaciones industriales», en el sentido de que la desindustrialización acarreada por la globalización ha dañado la cohesión de los colectivos, y ha favorecido la propagación del miedo a la incertidumbre.

La sintonía entre la residencia en el extrarradio masificado y el voto a la extrema derecha se aprecia en prácticamente todos los países, incluida Suiza. Se da la paradoja de que las clases urbanas desahogadas votan por las opciones ecologistas con mayor vehemencia que la población rural, curada de romanticismos. Los impulsores de Pablo Casado han leído esta batería de datos antes de lanzar su apuesta. En Europa, la extrema derecha conlleva un formato antielitista.

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