Hay una estrecha relación entre el viaje y la exploración y la geografía, algo que negaba el geógrafo, uno de los personajes de «El Principito». Obviamente no estoy de acuerdo con su apreciación. Para compensar, el propio Principito, cuando conoce al geógrafo, exclama: por fin, un trabajo de verdad. Antoine de Saint-Exúpery acertó de pleno. No estoy leyendo «El Principito». Mi actual lectura es «La venganza de la geografía», de Robert Kaplan, acerca de la influencia de la geografía y su expresión en el mapa sobre la geopolítica mundial. Y es una cuestión importante, sin entrar en determinismos, pues la tecnología y las decisiones humanas también cuentan. Dentro de la geografía, encontramos el clima. La geografía del norte de Europa, que he recorrido este verano, es muy distinta de la de nuestro mediterráneo y, por supuesto, su clima.

Ese norte vio triunfar la reforma luterana, con sus iglesias casi vacías, sin apenas decoración, al primar la relación directa del creyente con Dios, sin intermediarios. Puede sonar bonito y daría para justificar ese triunfo de la reforma. Pero no crean. Fue un auténtico negocio el apropiarse de las posesiones católicas. Y una vez el señor se convertía, lo hacían automáticamente todos los súbditos. El luteranismo tenía unas normas morales más laxas que el catolicismo y nuestra guía en Estonia apuntaba el clima como determinante. El clima continental del norte es muy duro, lo que complicaba el crecimiento de la población, además de epidemias y guerras. Para que encima llegara la religión a poner nuevas trabas a la fecundidad. Es posible que Kaplan estuviera de acuerdo. Así, junto a las casas rurales, en Estonia, había un pequeño cobertizo junto al bosque para guardar telas y para, digamos, otros usos más instintivos: Clima dixit.