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¿Qué es lo que hay?

La víspera de mi ultimo examen de carrera tuve un accidente de moto. Iba muy mal equipada porque volvía de la playa y llevaba un vestido fino de flores y un casco homologado a duras penas, al que solíamos llamar calimero. Nos salimos de una curva y nos arrastramos por el asfalto durante unos cuantos metros, sin saber si lo que nos detendría sería peor aún que la caída. Durante unos segundos interminables, observé cómo el casco generaba una distancia de pocos centímetros que impedía que el asfalto quemara la piel de mi cara. De repente, nos detuvimos sin colisionar con nada, la inercia había terminado. En seguida llegó una ambulancia y me montaron en ella para someterme a una observación más profunda en el hospital. Milagrosamente, no me había roto nada, mi rostro estaba intacto y tan solo me había quemado levemente las rodillas e ingles por la rozadura con mi vestido. Durante todo el viaje en ambulancia no podía parar de llorar. Más allá del shock, estaba pensando en que no podría presentarme a mi último examen de carrera lo que, por política de universidad, suponía que me tendría que examinar en septiembre, algo a lo que no estaba acostumbrada. Y, además, era mi último examen, con el que deseaba dar carpetazo final, para disfrutar del «verano de mi vida».

El enfermero no salía de su asombro. Tenía delante a alguien que se había librado de algo potencialmente terrible, y no estaba contenta. No paraba de repetirme que estaba viva, entera, que mi piel no se había quedado en la carretera y no sé cuántas evidencias más. Pero yo, con mi exigencia a cuestas, sólo podía pensar en lo que no podía hacer como tenía previsto. Mi fantasía de control se había desvanecido por completo.

Pues bien, esto es lo que yo llamo vivir el paradigma de la escasez, que consiste básicamente en fijarse en lo que no se tiene o no se ha conseguido. Evidentemente, ello lleva aparejado que podamos sentirnos frustrados, desconfiados e impacientes con facilidad. ¿Quién no se ha sentido así cuando no ha recibido una llamada que deseaba recibir? ¿O cuando no ha podido comer con alguien con quien deseaba hacerlo? ¿O cuando no ha conseguido un determinado cliente?

En contraposición, el enfermero me proponía observar la situación desde el paradigma de la abundancia, es decir, fijándome en lo que sí que había conseguido. En este caso, nada más y nada menos que salvar «el pellejo». Cuando nos fijamos en lo que sí que hay, podemos sentir esperanza, confianza e, incluso, ilusión. Eso es lo que sucede si optamos por recordar que la misma persona que no llamó cambió de planes otro día para atenderte cuando lo necesitabas; o cuando te das cuenta de que esa comida se ha traducido en una cena; o cuando aprovechas la experiencia con el cliente que no has conseguido para mejorar tu discurso con el siguiente cliente.

A menudo, no sabemos por qué perdemos la ilusión y ello puede tener que ver con el paradigma desde el que observamos lo que nos sucede. A veces, no vemos lo que sí que tenemos o hemos conseguido; otras, sencillamente no lo valoramos dándolo por sentado, y así resulta fácil caer en el paradigma de la escasez. Si, por el contrario, nos fijamos en todo lo que acumulamos a lo largo del camino, nos cargamos de energía, ánimo e ilusión para seguir avanzando, salvando todos los obstáculos que posiblemente tendremos que afrontar.

Creer que controlamos las situaciones, como ya he dicho, es tan solo una fantasía. Lo que es real es que la ilusión la sentimos o no. La ilusión es la gasolina que necesitamos para apostar por conseguir lo que nos proponemos, y difícilmente la sentiremos si nos fijamos en aquello que no tenemos, cosa que cambia cuando somos capaces de celebrar lo que sí que tenemos.

Y para los más curiosos, contaros que mi profesor, apenado por la situación (y sensibilizado porque él mismo había tenido un accidente unos meses antes) accedió a crear una nueva convocatoria en junio para que no tuviera que irme a septiembre... ¿me faltó o no me faltó confianza y esperanza en la ambulancia?

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