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Más flores

Y de repente cuando menos te lo esperas va y llega una serie que te despierta una sonrisa a la vez que te provoca esa adicción que te hace caer en la contradicción: Consumir episodios en modo devorar o racionar los escasos capítulos, a sabiendas de que la segunda temporada todavía tardará en llegar.

La sorpresa rotunda del verano de Netflix ha sido «La Casa de las Flores», no tienen audiencias oficiales pero todo el mundo habla de ella. A priori no estaba incluida en mi lista de preferencias, los siempre insanos prejuicios, sumado a un exceso de influencia y dependencia audiovisual anglosajona, me invitaban a prescindir de la ficción revelación. Pero conocer la presencia de Paco León (que tiene un papel muy secundario) caracterizado al más puro estilo «Homo Zapping», me animó a darle una oportunidad, hasta el día de hoy en el que siento adoración absoluta. Empezando por el redescubrimiento global de la matriarca protagonista, Verónica Castro. La cual recuerdo de pequeño, en analógico, ella jovencísima, agazapada en un pajar, tan andrajosa como bella, con una mirada azul penetrante en la cabecera de ese hit latino de los 80, «Los ricos también lloran».

El icono mexicano despierta como tantas en la madurez, una segunda era en su carrera, interpretando a la madre de una familia disfuncional. Qué familia no tiene un poco de disfunción, es el argumento de éxito en lo que viene a ser una telenovela del siglo XXI con tintes almodovarianos e ingredientes hoy casi inocentes y que antaño serían escándalo: suicidio, sexo, drogas u homosexualidad. Todo regado con mucho humor y mucha marihuana toda la que se fuma la Castro para evadirse de tanta calamidad. Genial y entretenida, casi como su hija postiza, revelación interpretada por Cecilia Suarez, muy a ralentí pero por los ansiolíticos en vez de maría. Qué bueno que llegaste, ahora ya tengo ganas de más flores.

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