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Las redes sociales se declaran culpables

La crisis de "Cambridge Analitics" -la filtración masiva de datos de usuarios de Facebook para ser utilizados en campañas políticas a favor de Trump y del "Brexit", desvelada en marzo pasado- es el equivalente en Silicon Valley a lo que supuso para Wall Street la caída de Lehman Brothers diez años antes: fin del engaño, las vergüenzas de un sistema tóxico para la sociedad quedaban al aire.

Ya son menos los que, al hablar de las redes sociales, siguen cantando sus alabanzas como lugar neutral, libre y florido de inocencias donde ensanchar la libre expresión democrática entre iguales. Empieza a construirse un consenso global sobre la necesidad de regular y reformar una trama publicitaria global que no sólo ha convertido en mercancía la privacidad de sus usuarios, sino que también ha propiciado la manipulación electoral y un nuevo tipo de propaganda invisible, ha agudizado la polarización social y nos educa en el pensamiento tribal, mostrándonos sólo aquellos mensajes que reafirman nuestras opiniones. El primero en desfilar por el Capitolio de EE EE para dar cuenta de esta deriva fue Mark Zuckerberg, fundador de Facebook. Fue el pasado abril. Ayer, en el comité de inteligencia del Senado, compareció su directora de operaciones, Sheryl Sandberg, mucho más sonriente que su robótico presidente y con dominio del escenario político: fue jefa de gabinete del secretario del Tesoro Larry Summers. A su lado estaba también el tímido y poco hablador Jack Dorsey, director general de Twitter. Había una silla vacía, la de la vergüenza: Google se negó a enviar a sus principales ejecutivos para dar explicaciones.

No fue un juicio, pero los comparecientes se declararon culpables de mano. El más explícito fue Dorsey. Explicó que diseñaron su plataforma como una "plaza pública" y admitió que esa plaza ya no es "sana". Dijo que fueron incapaces de frenar "los abusos, el acoso, los ejércitos de ´trolls´ (usuarios que provocan y boicotean a otros usuarios) y la propaganda de los bots (cuentas manejadas por algoritmos programadas para repetir acciones)". También admitió que su red, con 330 millones de usuarios, estaba "poco preparada y mal equipada" para afrontar las campañas de manipulación política basadas en Twitter. "No estamos orgullosos de cómo el intercambio libre y abierto ha sido manipulado y utilizado para distraer y dividir a las personas y a nuestra nación". Mucha culpabilidad pero apuntó que los necesarios cambios estructurales en el Twitter y en toda la industria en que opera "no van a ser ni rápidos ni fáciles".

Dorsey también tuvo que defenderse de la última acusación propagandística de Trump: que las empresas tecnológicas (en concreto el presidente acusó a Google) han introducido un sesgo ideológico de izquierdas en sus algoritmo para "esconder" la opiniones o noticias favorables al pensamiento ultraconservador. Dorsey insistió en que Twitter no operaba basándose en ninguna "ideología política" y que creía "firmemente en la imparcialidad". Sandberg también reconoció su culpa, especialmente en la intromisión propagantística rusa a través de cuentas falsas de Facebook durante la campaña electoral que llevó a Trump al poder. "Esta interferencia fue completamente inaceptable, violó los valores de nuestra empresa y del país que amamos", dijo. Facebook, dijo, está en "guerra" contra las cuentas falsas y contratará a 20.000 personas para verificar los contenidos de la red de cara a las legislativas de noviembre en EE UU. Mientras directivos y legisladores de EE UU emprenden el lento y largo camino para arreglar el desaguisado de las redes, parece que la gente ya se mueve. Según el Pew Research Center, uno de cada cuatro usuarios de Facebook en EE UU ha suprimido de sus móviles la aplicación de Zuckerberg. ¿Empieza la gran desconexión?

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