Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El crepúsculo del cine

Hollywood, amenazado por las series, intenta a la desesperada salvar la obsoleta industria cinematográfica.

El cine siempre ha tenido mucho en común con la prensa. Ahora ambos mundos parecen enfrentarse a una crisis de identidad muy similar. La Academia de Hollywood acaba de anunciar dos medidas a la desesperada para mantener la cada vez más disminuida audiencia de la gala de los Oscar.

La primera, reducir la duración, para que sea más digerible. Pretende adaptarse a los hábitos de consumo de los espectadores. Hemos visto hace poco como el grupo de Antena 3 anunciaba la reducción de los capítulos de sus series a 50 minutos. La idea es adaptarlos a la duración estándar algo así como el ancho internacional del ferrocarril y que no le ocurra como con el exitazo de "La casa de papel", que tuvo que descuartizar la serie y empaquetarla de nuevo en las dosis adecuadas para su distribución en todo el mundo. No sería de extrañar que algún día la ceremonia de los Oscar se ofreciera en cómodos plazos de 50 minutos, que parece la porción adecuada de consumo de ocio del ser humano en siglo XXI.

La otra medida estrella para recuperar el favor del público es crear un premio extraordinario a la película más popular. ¿Qué significa eso? Nadie parece tenerlo muy claro y todo son incógnitas: ¿"Lo que el viento se llevó" en qué categoría estaría, en mejor película o película más popular ¿Y "Titanic"? ¿Y "El Padrino"? El día que el cine dejó de ser popular, comenzó su agonía. La prensa y el cine nacieron siendo populares. Si dejan de serlo, acabarán siendo un nicho, una reserva espiritual, un coto de unos pocos intelectuales pedantes.

Se intenta retener al público a la desesperada con producciones espectaculares solo dignas de la pantalla grande como la última "Misión imposible", con patochadas para adolescentes, con nuevas tecnologías. Pero nada parece funcionar: ¿qué fue del cine 3-D? ¿Se siguen vendiendo las gafas? ¿Y las experiencias de realidad virtual? Da igual, las salas siguen vacías, pese a que las butacas sean reclinables, haya servicio de catering o se oferten tarifas planas de diez dólares, como Netflix. Tarifas que, por cierto, se han tenido que retirar en Estados Unidos porque arruinaban a los distribuidores porque no atraían público nuevo. Al cine van siempre los mismos, igual que la prensa la compran siempre los mismos.

Es inútil que la industria se encierre en sí misma y se empeñe en no admitir que las plataformas de internet compiten en el mismo terreno. No hay más que recordar la polémica del último festival de Cannes, en el que se pretendía impedir la participación de las creaciones de Netflix. Lo mismo ocurre con la prensa, que no puede impedir que Google, Facebook o Twitter distribuyan noticias. Es poner puertas al campo.

Porque, a diferencia del cine, el teatro sobrevive porque ofrece algo a lo que ninguna plataforma puede aspirar: frente a realidad virtual, realidad verdadera. Tal vez el cine debiera tomar nota y ofrecer la experiencia que nadie más puede crear: la pantalla gigante, la sala oscura, la soledad acompañada de las salas, en suma, vernos "diminutos para poder sentirnos dentro de esas imágenes y arrastrados por esa historia", en palabras de Almodóvar. Y tal vez la prensa debiera analizar cuáles son sus esencias y dedicarse a eso y no a competir en malabarismos digitales, por muy deslumbrantes que sean los fuegos fatuos. Eso sí, nadie dijo que sería fácil.

Compartir el artículo

stats