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El riesgo catalán para la izquierda valenciana

Lo vivido y aquello que pueda ocurrir en Cataluña tiene, y va a tener, efectos más profundos en la Comunitat Valenciana (CV) que en otros sitios del Estado español. No pueden compararse las consecuencias entre nosotros con las que pueda vivir, por ejemplo, Galicia. Tenemos mucho en común con los vecinos del norte.

Los escenarios que podemos vivir, yendo de menos a más en la contundencia de las decisiones que puedan tomarse, quizás puedan resumirse en cuatro, sobre los cuales los partidos políticos valencianos deberán definirse con claridad, de una forma u otra. A la hora de exponer las cuatro posibilidades hay que ser lo más desapasionado que uno sepa, pero no evitará que el lector piense que estas líneas están escritas desde un parti pris. Uno sabe que se está metiendo en un jardín imposible, pero la autojustificación se deriva de que los partidos de izquierda, que por aquí habitan, son pozos de oscuridad, pero que en democracia no podemos prescindir de ellos. Este es un posible árbol de futuros:

Que se mantenga el actual Estado de las Autonomías con cambios que en todo caso incluirán retoques en el modelo de financiación, basados en el café para todos. El punto clave no será tanto la reacción que pueda producirse en la CV como las razones que en Cataluña hayan dado lugar a una nueva pieza de consenso, basada en la Constitución del 78. Si el final fuera éste, quizás habrán sobrado dramatizaciones sobre la convivencia entre españoles.

La segunda posibilidad es un cambio constitucional que ha venido en designarse (disculpa a los compañeros de derecho) federalismo asimétrico, consistente en que además de dejar de asumir que nuestros Estado de las Autonomías es un Estado federal de facto, incluyamos al menos dos sistemas de financiación con responsabilidades muy diversas entre las distintas comunidades autónomas. La asimetría tiene que ver principalmente con el sistema de financiación que cada autonomía aceptara. Habría situaciones complicadas como que el PIB/habitante de Madrid es el doble del extremeño. En esta hipótesis, Cataluña estaría en el extremo de esta asimetría y la CV debería decidir dónde se encuentra más realizada.

La tercera opción es la de una Cataluña independiente con una CV integrada en lo que podríamos llamar resto de España. En este caso seriamos zona fronteriza con Cataluña, lo que supondría de momento la existencia de un nuevo Estado entre nosotros y Europa. Siguiendo con el ejemplo del principio, nuestra voz no puede ser la misma que la de Galicia. No cabe duda que los partidos valencianos deberían haber meditado y saber qué hacer en esta potencial nueva realidad geopolítica.

Finalmente, la cuarta opción es la que se daría si en el proceso de creación, o inmediatamente después del nacimiento de la República Catalana, hubiera una mayoría dispuesta a desarrollar la posibilidad que hoy conocemos como Països Catalans, que cuenta con toda la legitimidad cultural, pero que al ser llevado a la categoría política, despierta sarpullidos sin cuento en buena parte de la sociedad valenciana.

Puesto que los tiempos no están para grandes finuras intelectuales sobre lo que representa en este momento de la historia votar derechas o hacerlo por las izquierdas, no me negarán que una de las diferencias más significativas que podemos encontrar en València es la forma con la que los dos grupos han abordado la cuestión de la independencia de Cataluña. Hasta ahora uno ha tenido la sensación que a los líderes de los tres grupos que se dicen de izquierdas (PSPV, Podemos y Compromís) les podían más los matices silenciosos y el morbo de las incapacidades del gobierno del PP frente a Carles Puigdemont, que la búsqueda de una propuesta territorial que también despierta temor entre sus propios votantes. Mientras el voto de derecha o de centroderecha, concentrado entre PPCV y Ciudadanos, no parece tener duda alguna, es inamovible. En cualquier caso, lo cierto es que a la derecha no puede acusársela de ambigüedad alguna, por lo que resulta difícil pensar incluso que tengan meditada una opción semejante a la segunda. Más allá de ella, nada tienen pensado. PP y Ciudadanos, más que dar una respuesta radical en contra de esta posibilidad, han tomado la cuestión como un campo en el que competir para demostrar quién es «más español», una cuestión nada banal en una tierra en la que catalanista y anticatalanista están cargados de sentimientos especialmente soterrados que son los más dañinos.

La izquierda valenciana está pasando sobre el problema catalán de puntillas, como si no existiera, como si el conflicto fuera a desaparecer por ensalmo. Cada vez que un responsable político de izquierdas se refiere a él, aunque sea de forma tangencial, sigue produciéndose como en los tiempos en los que se pensaba que la situación en Cataluña sólo era un «suflé que se deshinchará sólo». Todo lo que hemos conocido son mensajes dirigidos a las élites, relacionados con determinados principios relativos a la vida democrática y en el extremo determinados twitts en contra de las decisiones judiciales, ejemplos domesticos del llamado síndrome Trump consistente en la patología de querer estar en misa y repicando.

En los capítulos que llevamos de procés, los tres grupos de izquierda han estado en la indefinición y no sabemos muy bien cuáles de las cuatro posibilidades pretenden defender en una elecciones próximas. No es de extrañar, pues todos ellos cuentan con importantes grupos nacionalistas que dicen encontrarse incomodos e insatisfechos con el estado de las autonomías actual. Ignoro la opinión de los sociólogos sobre los efectos de esta indeterminación sobre futuros resultados electorales, pero tras años de estudiar la financiación autonómica pienso que por mucho que se haya empeñado el president Ximo Puig para hacer de este tema el núcleo de su discurso político, la posición de la izquierda valenciana ante lo que se decida en Cataluña será mucho más determinante que el modelo de financiación.

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